Octubre de 1979: cobertura de la segunda gira de los Clash por EE.UU.

En los Clash no hay certezas. Nada es cómodo. No hay chance de relajarse.

Texto: Paul Morley para la revista NME – Traducción, compaginación y aclaraciones: Lepo.

La última pandilla del oeste se va de la ciudad. Los Clash de gira por Estados Unidos. Una imagen glamorosa, con un costado de confianza y lucha por una causa.

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La gira actual de los Clash por Estados Unidos de América, seis semanas de costa a costa, de punta a punta, es su primer ataque importante a las normas atontadas de esa tierra, pocos meses después de su chapuzón exploratorio en las aguas estancadas y densas de la cultura estadounidense; un viaje de seis fechas cronicadas por la pluma frenética del propio Joe Strummer en la NME del 3 de marzo de 1979.

La gira, bautizada “Take the Fifth”*, posee una resistencia y un rumbo que la separa bien de la invasión británica cálida y bondadosa de Sniff’n’The Tears, The Records, Ian Gomm, Bram Tchaikovsky y otros.

*”Take the Fifth” en Estados Unidos significa ejercer el derecho, garantizado por la Quinta Enmienda de la Constitución, a negarse a contestar preguntas, para evitar incriminarse uno mismo. Es decir que la gira se llamaba “Los Clash se niegan a declarar”.

Los Clash están en Estados Unidos siguiendo su destino. La gira adquirió el espíritu de una Cruzada. Una palabra abstracta con una definición parecida a “punk”: cambios y elecciones. En EE.UU., esto se refiere a trabajar para que haya menos Kansas, Styx, Foreigner y Boston y más reggae y Clash en la radio. Para reemplazar la mirada vidriosa de la juventud estadounidense con un destello de resolución y pasión. Para mantenerse vivos. Para decir “¡Atención!”. La Cruzada es una batalla que requiere concentración constante, humor, flexibilidad y comprensión. Incluso, una fe ciega.

Joe Strummer se refiere al público estadounidense desconocido como “el gran pueblo gris”. Algo básicamente inalcanzable.

-¿Sabés cómo podemos hacernos entender acá? -reflexiona Strummer-. Quiero que me entienda la persona que está en la secundaria. Toda la gente a la que llegamos en las ciudades, se dio cuenta. Bien. Es el pibe de secundaria el que todavía no sabe nada de esto. Espero que finalmente le lleguemos a él. Porque él es el que está en la pieza de su casa; tiene discos de Kansas y estantes con Kiss y todo eso, y siento que debería tener una dosis de lo nuestro.

Pero quizás, paradójicamente, es una victoria que los Clash nunca deberían obtener:

-Acá, vender tanto como Rod Stewart, significaría que le llegamos a todos los bichos raros. Van a tener que salir a comprar una copia y no lo van a hacer, porque nunca nos escucharon nombrar. Pero capaz que por esa razón, nunca vamos a llegar a eso. Porque una vez que llegás, cagaste. ¿Me entendés? Capaz que nunca lleguemos a eso.

El éxito comercial es una meta que los Clash dejan en un rincón.

-Si simplemente vamos a ser otros Stones u otros Who, va a ser un poco aburrido -le dijo Strummer a un diario de Detroit-. Por eso vamos a tratar de doblar a la izquierda donde deberíamos doblar a la derecha, ¿entendés?

Los Clash tratan de vivir el día a día. Pase lo que pase, están en EE.UU. Es como un casamiento a las apuradas. Están comprometidos a convencer a EE.UU. de que algo anda mal. No hay una manera fácil.

Pasé nueve días con el grupo. La primera parte de su estadía. Cerca de un quinto del total. Vislumbré dolores, presión, un poco de placer, y compartí mucha monotonía y frustraciones. Hubo algo de envidia, pero al final, placer por no estar metido en lo que están ellos. Y eso, mezclado con amor, admiración y confusión. Ése es el cóctel de quien escribe.

En la gira, los Clash se rodearon de mucha gente: sus novias Gabrielle (de Strummer), Dee (de Headon) y Debbie (de Simonon); el publicista, payaso y una de las personas más importantes del rock, padrino de la Cruzada, Kosmo Vinyl; la fotógrafa Pennie Smith; el dibujante Ray Lowry; el musicalizador Barry Myers y el plomo Johnny Green. Este circo creativo, ya fue considerado “innecesariamente difícil de manejar”. La manera en que los periódicos musicales transmiten fragmentos de verdad que rellenan negativamente una imagen glamorosa, es una de las cosas que me frustraron de la gira. Todos estos compañeros de viaje fueron invitados a la gira, no fueron un relleno y no coartaron a los Clash. Si la energía se dividía y se desviaba, ésa era la única manera que podía ser. Al menos, la energía estaba.

A los Clash les encanta estar con gente y compartieron sin quejarse su micro de gira hasta reventar. Ellos se alimentan de la energía de los otros. Ésa es una de las razones por la que tantos que estuvieron en las aventuras viajeras de los Clash aparecen en la prensa. Mi propia presencia, cuando no fuera bienvenida, hubiera sido rechazada rápidamente. Los Clash pocas veces son tolerantes y sumisos.

El periodista Paul Morley escribió este artículo cuando tenía 22 años.

Los relatos indican que un séquito tan difícil de manejar, insinúa confusión. Por supuesto que los Clash están confundidos. En circunstancias tan poco naturales, ¿quién no estaría confundido? Esa confusión es más positiva que dañina. Los Clash no tienen nada de profesionalismo o planificación. En la gira, literalmente, vivieron financieramente al día, sin estar seguros de que estuvieran reservados los hoteles para dos días más adelante. Los relatos de que el sello Epic cubrió en plata al grupo, son absurdos e irrisorios. En un momento, el grupo seriamente se vio forzado a considerar volverse a casa.

Sigue habiendo confusión en cuanto a los managers de los Clash. En la gira, en determinados momentos, hubo hasta cuatro personas diciéndole a cada integrante cuál era la próxima movida. Esto causó malentendidos, muchas esperas, muchos gruñidos por lo bajo. Enfatizó que los Clash no son una empresa; siguen siendo una organización amateur. Y aunque eso puede ser frustrante, es positivo, porque la esencia de los Clash no está sellada al vacío y no es invariable. En los Clash no hay certezas. Nada es cómodo. No hay chance de relajarse.

Joe Strummer, Topper Headon, Paul Simonon y Mick Jones le ponen la vida a The Clash. Girar por EE.UU. es un trabajo largo y arduo, sin distinción entre trabajo y diversión; donde las cosas constantemente recaen en las preocupaciones principales: viajar, probar sonido, dormir y tocar. Distracciones como entrevistas todos los días con diarios, radios y televisión. Distracciones como probar el packaging, el título o incluso la mezcla de su tercer disco, sabiendo en el fondo, que las decisiones que a veces se toman a las apuradas o en broma, los perseguirán por un largo tiempo.

Distracciones como pelear e insistir en que el disco sea doble, por el precio de uno simple, sabiendo que si sus demandas son ignoradas por la lejana CBS, ellos serán los que enfrentarán los escarnios cínicos.

Su tercer disco va a contener 18 canciones. Canciones que empezaron a componer como parte de la recuperación del bajón espiritual que experimentaron a principio de año.

-Música negra, vinilo negro, tapa en blanco y negro.

Pero en los Clash nada es claro. Se concentran en llevar al repertorio esas canciones nuevas y tridimensionales, pensando en el inminente lanzamiento, mientras que su sello estadounidense, Epic, por fin publicó su primer disco, con el agregado de un par de canciones recientes, armando un combo de “grandes éxitos”. Los Clash se encuentran inconscientemente y a regañadientes, teniendo que promocionar reliquias del pasado. Eso fue antes y esto es ahora. Canciones que forman parte de su repertorio, pero tienen poca relevancia en su nueva manera de pensar.

No solo eso, sino que la CBS juega en el bosque mientras los Clash no están. A la CBS le pareció una buena idea publicar el combo estadounidense en Gran Bretaña. Al mismo precio y todo. Los Clash se ven forzados a combatir ese disparate.

-Qué peligro. ¡Solamente para pagar este viaje! -ladra Strummer.

-Típico de ellos. Tratar de engañarnos cuando no estamos -gruñe Jones-. Siempre hacen eso. Les pareció que podían hacer de cuenta que los fans británicos querrían el disco, entonces con eso nos pagarían para que vengamos acá. ¡No vamos a hacer eso! ¿Cómo vamos a quedar con los pibes? En su casa, un pibe de Bolton: “Oh, sí, les pago para que se vayan a boludear a EE.UU.”. Así que conseguimos bloquear eso.

-Básicamente dijimos que si hacían eso, nos volvíamos -amplía Strummer-. Estábamos dispuestos a volvernos, directamente. A la mierda. Nos volvíamos. Que se cague el resto de la gira.

Y así sigue. Una bola de confusión rebotando caprichosamente, pero avanzando. Se ponen en juego ideas indefinidas sobre visitar México y Cuba, sumando más problemas. La curiosidad de los Clash nunca se va a frenar. Sus ansias nunca se van a curar. La reputación crece, sea como sea.

Este extenso apoyo de NME a los Clash (uno más), son detalles subjetivos del tamaño de su compromiso; un compromiso que muchas veces no es más que el compromiso de seguir. Es un informe sobre las nuevas reacciones. Los Clash, verdaderamente, nunca miran atrás.

Es un vistazo a cuatro personajes totalmente distintos que se juntaron y se convirtieron en los sobrevivientes más fuertes de la purga punk por rencor, una habilidad para expandirse, algún que otro accidente, mucha tenacidad y miedo. Tuvieron que renegar constantemente con compromisos, su ingenuidad, su impaciencia, el desdén de aquellos que están convencidos de que ellos fallaron en su “tarea”; el júbilo obsecuente de aquellos que observan la desesperación del grupo, el amor al arte, la arrogancia, y ser los salvadores de tal y tal cosa.

Detalles de pedacitos de una historia. La historia de los Clash, como las mejores historias de todas, no empiezan con “había una vez”, sino que hablan de las limitaciones y el potencial; una búsqueda; y no tienen un final feliz. Tiene un gran argumento, los personajes son complejos y maravillosos, y es imposible de ignorar.

LA HISTORIA (contada por Joe Strummer)

Todo estuvo bárbaro, desde el principio de 1976, cuando mi grupo se derrumbó y conocí a estos chabones y la pegamos. Mis sueños eran como carnavales. La cabeza se me agitaba cuando dormía y me despertaba acelerado naturalmente, por las decisiones. Pensar una cosa y hacer otra. Todo era probar y experimentar. Estuvo bárbaro. Parece que no puede ser así todo el tiempo, pero cuando es así, está bárbaro.

Sabíamos que iba a estar bueno. Tenés esa certeza cuando ni siquiera lo tenés que pensar. Esa certeza estaba con nosotros y estábamos contentos por eso. Sabíamos que ése era nuestro momento. No sé cómo ni por qué.

Me encantó tener esa difusión. “Por fin”, pensé, “ya van a ver a esos desgraciados”. Nos venían ignorando y cuando tuvimos grandes reseñas, básicamente pensé que pasaba algo en serio. Parecía que nos lo merecíamos.

Para ser honesto, soy un idiota total en los temas empresariales. Antes más. Ahora soy re tonto e ingenuo y admito libremente que no sabía qué mierda estaba pasando. No tenía la más puta idea. Capaz que era porque éramos totalmente creativos. Como que las decisiones empresariales parecían totalmente irrelevantes. Es como cuando los músicos de jazz dicen “Dejame tocar la trompeta; no me molestés con detalles”. Yo simplemente estaba contento porque íbamos a poder grabar nuestro material. Cuando Bernie dijo que íbamos a firmar con Polydor, simplemente dejé todo en sus manos y pensé “¡Mierda! Podemos sacar un disco”.

Firmar con la CBS nos pareció una buena idea en esa época, porque había como un riesgo: nosotros y los Pistols firmamos con sellos multinacionales; los Damned se fueron a Stiff. Y nosotros tocamos en el Rainbow y los Pistols salieron a la gira Anarchy con nosotros al fondo de la grilla. Y eso fue un intento consciente de parte de Malcolm McLaren y Rhodes: escapar del confinamiento. Ellos habían estado en New York y detestaban que el punk hubiera estado en el CBGB’s del Bowery durante cinco años. Nunca salió de ahí.

Y McLaren y Rhodes tenían razón. Nuestro material y el material de los Pistols eran bárbaros. No quiero hablar al pedo pero eran bárbaros y no se merecían quedarse cinco años en un agujero de Covent Garden. ¿Te imaginás que tocáramos cuatro años en el Roxy de Covent Garden? Me alegra que McLaren y Rhodes se avivaran de eso; y si la pegamos fue en parte por eso. Emergimos cuando hacía falta que nos tomaran en serio, ¿entendés? Ahora la gente dice “Por supuesto que los tomábamos en serio”. Pero en esa época era una novedad: “jaja, mirá a esos idiotas. Pasame el disco de Little Feat. Y por lo menos emergimos. Tenía que ser así.

EL PROGRAMA DE TELE

Dos años y medio después de pegar el salto, el flaco y nervioso Joe Strummer está sentado en fila con sus camaradas igualmente inquietos, parpadeando frente al resplandor imperturbable de una luz televisiva blanca y caliente.

Quizás desde un principio, Joe Strummer buscaba una recompensa. ¿Es ésta? En parte. Sentado en una sala del tamaño de un baño; acurrucado en el rincón del New York Palladium; apretujado entre Mick Jones y Topper Headon; preparado para actuar de vocero de una movida para la filmadora de un reconocido programa estadounidense de documentales, 20/20, que quiere saber de qué se trata todo este ruido. 30 minutos después de concluir una actuación que le rompió la voz, le ampolló las manos y le nubló la vista, esperan que Strummer dé explicaciones. Y que más vale que lo haga bien. Millones van a mirar. Joe no lo ve así. Necesita un trago.

Dos años y medio; dos discos de canciones; un puñado de singles; muchas preguntas y muchas respuestas. Y la recompensa para Joe Strummer y los Clash es que la gente les moje la oreja continuamente.

-¿Qué pasa?, ¿qué es esto y aquello? ¿por qué tenés ese aspecto? ¿dónde está el cambio?

Ya sea revolución o parloteo vacío, tiene que ser televisado. Y por ser la única opción y por la rabia, tenían que ser los Clash. Era inevitable mirar atrás. Los Clash se volvieron conocidos. Únicos. Importantes. Y aún son novedad. No se achican. Siguen adelante.

Que un programa como 20/20 venga a pedir la opinión de los Clash -y con suerte una pequeña ración de controversia- es tanto una señal de éxito como una señal de fracaso, por la naturaleza del programa. Los Clash son vistos como poco más que unos excéntricos inútiles. Dar el salto en EE.UU. no es fácil. Los Clash no lo evaden. Siguen adelante.

Kosmo Vinyl se las arregla para que el grupo esté en un mismo lugar al mismo tiempo y lo apretuja en la sala. La gente de la tele sonríe cordialmente, con optimismo. La sala se preparó para que la imagen final en pantalla sea la típica escena punk austera y cruda. Los Clash se mueven nerviosamente y suspiran mientras los técnicos acomodan los micrófonos y la cámara. Están por actuar como voceros sensatos del punk rock británico, pero están cansados; se quieren ir a su casa. El deber; la sensación difusa de que ésta es la recompensa, los mantiene en su lugar.

El callado Paul Simonon, de estructura desmañada y bello rostro, hace un par de aportes a la conversación, lucha por mantener una sonrisita alegre en su aspecto duro y luego sale caminando, dejando que la sonrisita le divida la cara. Eso se va a ver bien en la tele.

Topper Headon, escurridizo y caradura, chiquito pero fuerte, distraídamente deja que Strummer le dibuje un bigote en su rostro delgado y también parte.

El sonriente y despectivo Mick Jones y un Strummer irascible son los que hablan, apenas entusiasmados con la temática. Fuera de cámara, una voz femenina prudente los alienta, los anima y eso no ayuda al dúo insatisfecho a entrar en acción.

-20/20, toma seis. Les tengo que hacer algunas preguntas bastante tontas, estúpidas y obvias, porque mucha gente no sabe nada de ustedes ni del punk.

Mick hace de chico bueno; los dientes se le asoman por los labios.

-Bueno, somos los Clash -le explica como si fuera una nenita- y somos una banda punk británica, de Londres.

-Australia -gruñe Strummer, mirando hacia otro lado.

-A todo esto, ¿qué es el punk?

-Es música, ¿no? -dice Jones, cautivador.

-¿Existe la música punk estadounidense?

-La verdad que no -determina Jones, tomando la cuestión con pinzas.

-¿Y los Dead Kennedys? -pregunta Joe.

-Mmm. Pero en realidad empezó en Londres a mediados de los ’70, ¡y somos los únicos sobrevivientes! -brillan los ojos de Jones.

-¿Qué tiene en común la gente que toca punk?

Simonon hace valer sus dos palabras:

-Pelo corto.

-Sí -coincide Jones-. Y que no usa pantalones acampanados.

-Todos dicen que ustedes están enojados. ¿Por qué están enojados?

-Todo -escupe Jones, convincente.

-Los hoteles no son muy buenos -croa Strummer.

-Bueno, en realidad estamos bastante contentos -afirma Headon.

-¿Son una banda política?

Headon, Strummer y Jones cantan una canción tonta:

-Somos una banda política, lalalá- Jones determina que la deberían escribir.

La voz femenina prudente continúa, impasible:

-¿Cuál es la diferencia entre su música y la estadounidense?

-Bueno; esto es música inglesa. Lo que pasó con la música estadounidense es totalmente opuesto a lo que pasó con la música inglesa. La inglesa es re fascinante y tiene el espíritu del rock. Eso es lo que hacemos. Le tratamos de recordar a la gente que… – Jones hace una pausa.

Strummer grita y se aclara la garganta:

-De entrada, ¡no se trata de tocar bien un puto acorde!

Segmento del programa 20/20 del canal estadounidense ABC, filmado el 21 de septiembre de 1979 en New York.

-¿De qué se trata?

-Ni siquiera puedo dar en el clavo -dice Strummer con una mueca de desdén.

-¿Qué sienten cuando la gente compra su disco? ¿Éxito comercial?

Strummer: -Bueno; hasta ahora hay como tres personas que nos compraron el disco.

Jones: -Prefiero que compren el nuestro y no el de otro.

Strummer: -Vendimos tres discos y después de esta gira vamos a vender otros tres.

-Qué intentan hacer? Están en una gira por EE.UU. y mucha gente los ve; mucho más que tres personas.

Strummer: -Si venimos a una ciudad estadounidense, hay aproximadamente 2.400 personas que nos vienen a ver; que nos conocen. Por otro lado, hay 10 millones de personas que nunca se enteraron de que estamos en la ciudad. Especialmente esa gente que va a la secundaria, a la primaria o a cualquier tipo de escuela. Yo estuve en sus habitaciones, en Virginia o en Texas, y vi los discos que tienen apilados al lado de la cama: Kansas, Boston, Foreigner. Y yo trato de decirles: “Esos discos no están buenos. ¿Conocés a los Yardbirds?”. Y dicen “¿Quiénes?”. Y les digo “¿Conocés a los Clash?”. Y dicen “¿Quiénes?”. Y eso es todo. ¿Cómo le vamos a llegar a esa gente? Ellos no van corriendo a la radio a decir “¡Pongan un disco de los Clash!”. No hacen eso.

Jones: -Muchas radios estadounidenses ni siquiera pasan música negra.

Strummer: -¡Y eso es peor! No importan los Clash. ¿Y el origen de la música?

Jones: -¡Estás en Minneapolis y ni siquiera sabés qué es el reggae!

Strummer: -Por cada guitarrista macho fanfarrón con traje satinado y zapatos de plataforma; por cada uno de esos que están ahí bajo los reflectores, aspirando merca, hay como 50 ó 60 negros hambrientos en la misma ciudad, que inventaron la música con su propio sudor y este chabón la roba y posa. ¡Es una mierda!

Jones y Strummer, a esta altura, ya lograron alejar la conversación de los límites que parecía tener. La conversación salta entre boliches, teatros y cosas de las que Strummer y Jones realmente quieren hablar, pero se siguen calentando con las preguntas. Tienen que contestar. ¿Quién más va a señalar esas cosas? Tarde o temprano, la voz femenina prudente pide las palabras sabias finales.

Jones: -Sigan quejándose. Si nos quieren dar una mano, realmente tienen que hacer eso. Si quieren escuchar cosas en la radio, tienen que llamar a la radio.

Strummer garabatea “VERDAD” en la pared, detrás de la cabeza de Jones, mientras habla.

Strummer: -En Detroit tienen una organización de radio libre. Una radio libre para los ’80. No son pasivos. Me gustaría decir: no sean pasivos.

Jones: -No sean apáticos.

Strummer: -Y recomendamos altamente que si vas a un show y no te gusta, los bajes a botellazos del escenario. Tenés que hacer sentir tus emociones. De esa forma, todos saben lo que querés. Si no le decís a nadie, ¿cómo van a saber?

-Muy bien. Puedo hacer una pregunta más: ustedes firmaron con la CBS y Columbia. ¿Ellos les tratan de meter alguna presión?

Jones: -Sí.

Strummer: -Estamos en Epic. Somos artistas de Epic Records desde hace dos años y medio, y durante los primeros dos años y medio ni siquiera supieron que estábamos en el sello. Y después se enteraron y vinieron a darnos la mano, pero nunca nos dan la chequera. Queremos cheques. Si no, ¿cómo vamos a comprar nafta para el colectivo para ir hasta Kansas?

Jones: -¡Che, esto sale por la ABC, no la CBS!

Strummer: -La CBS nunca se arrastra.

LOS FANÁTICOS

“No me pidas que sea tu ídolo. Solamente te voy a defraudar. Nunca duermas con tu ídolo. Las cosas nunca van a ser iguales. Dicen que todos los ídolos están muertos, fuera del camino. Si me ves en la calle, no intentes hablar conmigo, porque si me ves en la calle, yo no te voy a querer conocer”.

-Patrik Fitzgerald

A Mick Jones le gusta la canción de Patrik Fitzgerald “Your hero” [Tu ídolo]. Dice que Fitzgerald dio justo en la tecla, lo cual es raro, porque Fitzgerald nunca debe haber experimentado, quizás solamente deber haber anticipado, lo que Jones tiene que pasar como nuevo ídolo.

Incluso en EE.UU., caminando por la calle, visitando boliches, en el camarín, los adolescentes y la gente de 20 clama por Jones, le agarra la mano, le acerca pedazos de papel para autógrafos, intenta conversar. Jones siempre parece un poco inseguro.

-La imposición de manos me resulta muy extraña. Nadie vino y me quiso dar la mano para curarme. Ellos buscan ser curados.

-Sí, sé a qué te referís -coincide Strummer-. Te quieren dar la mano, pero se quieren llevar algo. No sé qué.

-Nunca ofrecen nada; o muy pocos ofrecen algo -continúa Jones.

Aún así, Jones siempre busca algo.

Después de que 20/20 usara a los Clash, Jones y Strummer vuelven al camarín cercano, desbordado de neoyorkinos. Después de la actuación de la noche anterior en New York, el camarín estuvo lleno de figuretis hábiles y sonrientes falsos. La segunda noche, Jones quiso que dejaran entrar a los fans.

Dejan entrar a los fans. Kosmo Vinyl, un maestro severo pero no imperturbable, los organiza por tandas. Jones nunca sabe realmente cómo manejarlos, pero quiere vivir esa experiencia.

Con Jones en el camarín, los fans entran a matar o morir. Jones está atípicamente con el ceño fruncido. No está contento con la actuación televisiva. No está tan cómodo como los demás con la tendencia de los Clash a hacerse los tontos.

-Creo que estuvimos un poco como el dúo cómico Morecambe y Wise -murmura-. Es como una comedia. No estuvo bueno. Nosotros no hablamos de cosas cómicas. Es tragedia. La historia es una tragedia.

Cuando Jones no está hablando conmigo apretado en el camarín, todo el tiempo se ve obligado a firmar autógrafos y poner cara de valiente en medio de su preocupación.

-Me puedo negar, pero siento que tengo que explicar por qué me niego. En la calle me niego. Es una experiencia mutuamente humillante. Por eso ahora hablo con vos y firmo. Lleva tiempo explicarle a todos que no vale la pena. En una situación como esta, es mejor seguir firmando. Solamente espero no hacer tanto daño.

-¿No lo ves como una señal de que estás logrando algo? -pregunto, mientras firma otro autógrafo.

-Para nada. Si lo único que logramos es que alguien quiera mi autógrafo, creo que nos fue mal.

Jones parece estar con un humor emotivo. Un poco pensativo. Así que es un buen momento para preguntarle qué quiere lograr. Mira a la distancia, ajeno por el momento al tumulto de felicitaciones y al grito de los neoyorkinos más sofisticados que lo rodean, y a la gente cercana que busca una mirada. La sonrisa se acabó.

-¿Qué quiero lograr? Quiero que las cosas sean distintas acá. Quiero que las cosas sean distintas en Inglaterra. Quiero cosas tontas como gente feliz y música genuina. Y que se termine toda esa mierda. Siento que poder aportar ya es un logro en sí mismo. ¿Cambiar? Pocas cosas cambian, pero lleva mucho más tiempo que la gente piense. De alguna manera, a eso me refiero cuando digo que hay demasiadas sonrisas. Porque aunque disfruto de tocar, no quiero que la gente piense que solamente digo “Jajaja, ¿cómo les va? ¡Vamos a mover el esqueleto!”, ¿entendés? Porque eso no es ningún desafío para el público. Eso es exactamente lo que el público espera. Bueno, yo espero ser algo que ellos no se esperen.

Enfatiza el “no”. La gente a su alrededor, empezó a escuchar. Le pregunto sobre los seguidores de los Clash.

-Creo que son demasiados. Quiero que la gente la pase bárbaro y disfrute, y creo que de eso se trata en realidad, en lo referido al recital. Pero de alguna manera, no me siento bien a menos que sienta que se van y se quedan pensando en eso. La secuela; el gusto que te deja. Eso es lo que busco realmente.

Una persona de corta estatura, con barba, estuvo escuchando. Habla:

-Creo que todos compran su disco después del show y entienden el mensaje.

Jones no está satisfecho:

-No quiero que todos compren el disco simplemente porque es lo que hay que hacer después ver a un grupo. Aunque quiero que la gente tenga los discos. Pero eso no es lo fundamental. Tener los discos es solo el comienzo. Ahí empieza. Tenés que escucharlo y escucharlo de verdad y después tal vez haya un cambio. Capaz que es solo mi imaginación.

Jones muchas veces es muy autocrítico sobre su pasión.

-Tal vez no haya ningún cambio. ¿Cómo te afecta eso? -le pregunta a la persona con barba.

La persona arranca a hablar como un profesor universitario:

-Puedo decir que en Bélgica hay mucha gente escuchando estos discos y debatiendo sobre ellos; diciendo cosas anticapitalistas. Empiezan los debates y siguen y siguen. Y eso te empieza a cambiar la vida. Hay cosas más importantes que el dinero, decir que todo es hermoso y “te amo”: cosas que hay que cambiar.

Jones hace una mueca:

-Eso suena a George Harrison.

-No -retruca la persona-. No soy optimista.

-No; coincido con la mayoría de las cosas que decís -dice Jones-. ¡Estamos viviendo en el mundo materialista! ¡El viejo George! Me voy a meter a un monasterio, Paul.

-Está todo bien -le digo-. Él financió [la película de Monty Python] La Vida de Brian.

La sonrisa de Jones se retuerce:

-¡Después de todo, George Harrison es un chabón bueno! ¡Mirá! -da una zancada y agarra a un chico que estaba a un par de metros, con el que habló antes-. Decile a este chabón lo que dijiste antes, sobre “Aburrido de los EE.UU.” y New York.

El chico me habla arrastradamente, con la mayor confusión posible, para un acento tan lento.

-Ellos estaban aburridos de los EE.UU. hasta que vinieron acá y se dieron cuenta de que los fans los adoran y se dieron cuenta de que los Clash son los número uno. Así que nos dimos cuenta de que ustedes ya no estaban aburridos de nosotros. Y después tocaron la canción y demostraron que sí. ¡Tienen que seguir viniendo!

Jones está contento de tener una conversación que parece constructiva con un fan. Está obteniendo información. Continúa reviviendo la conversación previa que tuvieron:

-Qué pasa si empezamos a sonar un poco extraños; a tocar temas acústicos o algo así. ¿Qué te parecería?

-Está todo bien.

-¿Y jazz?

-Aguantá. Dijiste dos cosas. Antes dijiste solamente acústico. Cosas acústicas que me gustan: “Groovy times”. Ésa es re especial, loco.

-Si tocáramos jazz…

-Naaah, creo que desapareceríamos un poco.

-Pero ahora nos adoran -sonríe Jones-. El futuro se encarga de sí mismo.

-Oooh, ahora te re quiero -el fan es fan de nuevo-. ¡No es como los Ramones, que siguen sonando igual!

-¡Y nosotros somos siempre distintos! -triunfa Jones-. La sonrisa vuelve. Al menos por ahora.

¿ESCUCHASTE LA NOTICIA? ¡HAY BUEN ROCK ESTA NOCHE! – por Ray Lowry [dibujante, de gira con la banda]

Atlanta, Georgia, 1 de octubre.

Me olvidé de mencionar a los mutantes de Filadelfia; la gente con el aspecto más perturbador que lo que se puedan jactar incluso Liverpool o Warrington. Gente con narices en las orejas y manos que les salen de los costados de las piernas. Caras como un puñado de piedras goteando. Cabezas como gelatinas peludas y físicos en llamas como atardeceres en camas de querosén. Papas que caminan, con almohadas rellenando el agujero donde desapareció la cabeza y queso gorgonzola embadurnándolas por completo.

Hay una estatua de metal de un broche gigante, que esta gente ignora ostentosamente.

Todo eso quedó atrás y el micro de los Clash llegó congestionado a Montreal y Toronto, para dos presentaciones, el 25 y 26 de septiembre. El público “canuco” [canadiense] aspiraba al nivel de entusiasmo visible demostrado en Inglaterra, y eso significó la primera galleada seria de la gira, aunque después de una conmovedora solicitud de Joe, se terminó la escupida a larga distancia. Ambas noches, el público invadió el escenario al final del repertorio, y en el Centro O’Keefe de Toronto, los asientos murieron. Así es el nuevo pop.

Esta gira es increíble.

Para los estadounidenses, Give ‘Em Enough Rope es el primer disco oficial (aunque dicen que The Clash se vendió en grandes cantidades como importado), y una versión modificada del primer disco se ha publicado recientemente. Pero a la gente se le está prendiendo la lamparita en todas partes y el mensaje político evidentemente fue recibido por muchos asistentes que tratan de entender sus mensajes de benevolencia al final de cada presentación.

-Lo que vi en la banda fue una concentración de todo el dolor y la indignación que este sistema me incrustó en las entrañas -Obrero revolucionario estadounidense, 28 de septiembre de 1979.

Para muchos, por supuesto, es simplemente un show de rock and roll bárbaro y, como si estuvieran guiados por una percepción tribal infalible del rock, los Clash se parecen más que nunca al hijo bastardo de Eddie Cochran con Gene Vincent y una Harley Davidson.

Boquiabiertos al ver el rock and roll más inteligente y completo de la tierra en el presente, al presentársele cada noche una banda que parece unos salvajes que persiguen los cielos accidentados de los ’50, a los EE.UU. le están recordando cómo es el rock and roll, además de hacerlo sonar como nunca antes.

Una chica indecisa que devela dos pinturas al óleo de Mick y Paul en Monterey, se vio cara a cara con dos encarnaciones distintas. Pero acá pasa mucho más que eso. Los pibes estadounidenses se están despertando de golpe, algo que rápidamente fue cagado por los intereses financieros cuando ocurrió en Inglaterra.

Después de Canadá, la maratón se dirige de nuevo a Worcester, Massachusetts y Maryland. Más imágenes de EE.UU. recibiendo el mensaje. Londres llama a los pueblos lejanos; a los autocines abandonados y los Big Macs, como dinosaurios durmiendo en la niebla, al costado de una parada de camiones; al playero de estación de servicio que está en la puerta amarilla toda la noche; al sueño intranquilo de las ciudades; a la gente.

La Rolling Stone acaba de imprimir la reseña del disco que hacía falta acá en 1977. Éste es el principio del fin de muchas cosas.

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Escaneos de la revista: Indie Séb.

La crónica de la gira continúa acá.

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