Enero de 1980: Mikey Dread se sumaba a los Clash

El público punk le era hostil al jamaiquino, y para calmar la tensión, el grupo londinense se subía a bailar con él.

Texto de Pat Gilbert y Stephen Scott – Traducción y compaginación: Lepo.

com/planetaclash ///

El telonero principal de la gira 16 Tons de los Clash, era un artista jamaiquino que se llamaba Mikey Dread.

En 1979, Dread (nombre real: Michael Campbell, fallecido en 2008) había estado en Londres promocionando su disco Dread at the Controls. En Jamaica, Mikey era una leyenda por cambiar radicalmente la forma de hacer radio. Su programa de trasnoche pasaba exclusivamente música jamaiquina. Nada de hits pop extranjeros. Tenía separadores innovadores, grabados previamente, y una locutora femenina. Mikey, además, fue un defensor de la primera hora de “Uptown top ranking” de Althia and Donna, y fue primordial para convertirlo en un hit.

Al volver a Jamaica desde Londres, Dread fue contactado por Kosmo Vinyl, para trabajar con los Clash.

-Yo no sabía qué eran, ni quiénes eran -le dijo Mikey, desde su casa en Miami, al periodista Pat Gilbert-. Pero me siguieron llamando, entonces fui a Inglaterra. Hacía frío, llovía todo el tiempo. Yo prefería Jamaica.

Mikey se unió a la gira en Escocia en enero de 1980. Nevaba. El público de los Clash muchas veces le era hostil a su set largo de dub, hecho con una pista grabada. Para calmar la tensión, el grupo aparecía por los costados como unos “bailarines misteriosos”, vestidos con tapados largos y sombreros Homburg, y con pañuelos tapándole la cara, al estilo forajido. Para Dread, la gira fue un shock cultural.

-Fue un susto, loco -se rió-. El público quería destruir todos los teatros donde tocábamos. ¿Viste lo que le hace un huracán a una isla del Caribe? Bueno, así quedaban los teatros después de que tocaban los Clash. La gente se subía al escenario y volvía a saltar hacia el público. ¡Nunca vi que pase eso en Jamaica! Pensé: “¿Esta gente está loca o qué?” Lo único que detestaba del punk rock era que no te podías parar al frente del escenario. Te tenías que parar bien al puto fondo. Si me ponía al frente, el público hacía cosas que causaban problemas. No me gustaba el ambiente. No era coherente con mi crianza ni mi herencia.

Pero Mikey apreciaba lo que los Clash estaban tratando de lograr:
-Los chabones me caían muy bien, y nunca hubo problemas para trabajar juntos -dijo-. Era una fusión de dos culturas distintas, tratando de beneficiar a todos. Yo los respetaba. Había veces que yo estaba haciendo compras o paseando, y me decían “No vayás ahí porque hay skinheads”. Me guiaban.

Stephen Scott, un fan que estuvo en uno de esos shows escoceses cuando tenía 18 años recién cumplidos, le contó a Planeta Clash:

-El 21 de enero de 1980 disfruté de mi primer evento de música en vivo. El lugar era el Glasgow Apollo, y lo que lo hizo tan inolvidable para mí, fue que la banda en cuestión era The Clash.

En 1980, Glasgow todavía era una ciudad muy gris. Podía ser un lugar violento para vivir. En cuanto a la juventud, los barrios eran muy territoriales. En las viviendas de planes no había mucha abundancia; eran predominantemente de clase obrera, con o sin empleo. Esa gente no tenía nada de llamativo. Mayormente era una ciudad de sobrevivientes que no toleraban la injusticia. No sorprende que la música y las canciones de los Clash entusiasmaran a esos glasgowianos que buscaban izar sus colores morales en el mástil correcto.

Glasgow, 1980. Foto de Raymond Depardon.

En ese entonces no había muchos locales de música; solamente un par de salones bailables y bares que presentaban recis chicos. El Glasgow Apollo era el principal centro musical: un cine cavernoso anterior a la guerra, en donde entraban 3.500 visitantes sentados. Era un auditorio enorme, de terciopelo rojo, con asientos tanto en las plateas como en los palcos, que estaban allá en lo alto. La primera fila de asientos estaba a unos seis metros del escenario y los siguientes iban en un ángulo de 20 grados hasta el fondo del local.

El famoso escenario del Apollo sabía estar a un metro y medio de altura del piso, pero como algunas bandas se quejaban de que había una leve inclinación desde la tarima de la batería hasta el frente del escenario, alguna mente brillante decidió nivelar el piso del escenario y levantarlo a tres metros y medio. Si estabas en un reci y decidías quedarte en tu asiento, tenías que estar a unas 15 filas del escenario para ver la batería.

Pasamos al reci. Entré al salón y el entusiasmo y la adrenalina que tenía dentro mío, me pusieron a toda máquina. La primera banda telonera [los locales First Priority] ya se había ido. Mientras estaba sentado en mi asiento, a tres filas del escenario, Mikey Dread subió al escenario, con una recepción tibia. Glasgow no había visto muchos artistas de reggae. El faso todavía era prácticamente under, aunque la influencia reggae en gran parte del ambiente punk había forjado una base creciente de fans en esta ciudad endurecida.

Me acuerdo claramente de que durante el repertorio de Mikey subieron al escenario los “bailarines misteriorsos”: algunos integrantes de los Clash y su personal técnico, vestidos con tapados negros largos, sombreros y pañuelos tapabocas, bailaban ska por el escenario, mientras Mikey cantaba y bailaba. Yo estaba seguro de haber reconocido a Joe como uno de los bailarines, ya que noté sus botas de cuero con unas hebillas grandes y brillantes. Cuando terminó el repertorio, Mikey se fue del escenario con una reacción mucho más adecuada de Glasgow.

Ahora las luces del lugar estaban a full. Los Ramones explotaban por el sistema de sonido; luego unos temas de reggae llenaron el aire. Mientras sonaba el último tema, el local se hundió en la oscuridad total. Una aclamación enorme subió desde la multitud. En la oscuridad solamente se podían distinguir las camisas blancas y los moños de unas seis personas de seguridad al frente, corriendo para acá y para allá, gritando agresivamente: “¡quédense en sus putos asientos!”. Había un historial desagradable entre la seguridad del Apollo y los fans de los Clash, tras el reci del ’78, debido a los ataques vehementes del personal sobre los jóvenes aquella noche.

Ahora el entusiasmo estaba frenético; mi corazón latía como un martillo. Lo único que se podía definir en la oscuridad era las luces de encendido de los amplis de la banda; crujiditos de conexiones eléctricas por acá y por allá. También predominaba en la oscuridad un zumbido de estática que casi se podía tocar.

Entonces, por los parlantes salieron los vientos y la voz del barítono Tennessee Ernie Ford, cuando “Sixteen tons” marcó la llegada inminente de la banda. Se podían ver siluetas oscuras corriendo por el escenario. Cuando terminó la canción, la guitarra de Mick Jones cortó la oscuridad con los acordes que abren “Clash city rockers”. Eso señaló el momento de la explosión de luz en el escenario. Y también era la marca para que cientos de cuerpos dejaran sus asientos y corrieran al frente.

Acá no hubo un movimiento organizado por las filas y los pasillos. Oh, no. Todos se treparon encima de todo y de todos los que se cruzaran en el camino. Tengan en cuenta que esto era un escenario de 3,60 metros. Tenías que encorvar el cuello para mirar hacia arriba para ver a la banda, sin chances de ver a Topper Headon. Durante el reci, en un par de ocasiones fui al sector del medio de la platea, solamente para verlo a él y el escenario completo.

Joe Strummer en el Apollo de Glasgow, 21 de enero de 1980. Foto de Pennie Smith (probablemente)

La banda hacía erupción en el escenario. Al verlos desde el frente, era difícil creer que esos eran mis ídolos en carne y hueso. Parecían gigantes tocando los temas que conocía y me encantaban tanto. Mick era un cable pelado; Paul Simonon tiraba pasos con el bajo y Joe escupía sus letras. Fue eléctrico; incendiario. Algo especial.

El repertorio duró más o menos 1 hora 45 minutos, creo, durante la cual Mikey se les unió en “Bankrobber”. No recuerdo el orden de las canciones, pero sí sé hasta este día que vi muchos recis bárbaros pero nunca me voy a olvidar de esa noche. Se puede decir que en esa época los Clash estaban en su mejor momento en vivo.

Acababan de publicar su disco trascendental London Calling, seis semanas antes. Un periodista de la prensa musical, del que no recuerdo el nombre, había escrito durante la gira Sixteen Tons, que los Clash probablemente eran la mejor banda de rock en vivo del planeta. A mí me parece una valoración justa.

Así que esa fue mi entrada a la música en vivo. En retrospectiva, no podría haber elegido un punto de partida mejor. Sí, capaz que fui imparcial, pero mi amor por la banda y su música ahora está incrustado en mi ADN, al igual que el de tantos otros fans. Al crecer con ellos como la banda sonora de nuestras vidas, fuimos bendecidos.

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