La gira más violenta de los Clash

En las provincias británicas, el punk era una energía poderosa y positiva para el cambio, pero también se había vuelto sinónimo de un comportamiento estúpido.

Texto de Lepo con extractos de Chris Salewicz, Pat Gilbert, condenadofanzine y blackmarketclash.

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Después de la separación de los Sex Pistols, su manager Malcolm McLaren y el de los Clash, Bernie Rhodes, se volvieron a unir. Lo que pasó en la primavera y principios del verano boreal de 1978, insinuó que estaban conspirando para resucitar la energía anárquica del ’76. La paranoia era endémica. Al volver de Jamaica, en abril del ’78, John Lydon empezó a invitar a Paul Simonon a su casa de Chelsea. El jefe del personal técnico de los Clash, Johnny Green, acompañó a Paul. Lydon señaló el rincón, donde había una pila de cajones de cerveza Guinness, y dijo:

-¡Eso es el éxito, Paul!

Le pidió a Paul que llevara su bajo. Eso causó sospechas. En esa época, Lydon estaba reclutando músicos para su grupo nuevo: Public Image Ltd (PiL).

-Sí, tuve una etapa en que me juntaba con John y llevaba el bajo -explica Simonon-. Poníamos discos de reggae. No era para intentar formar una banda. Era simplemente para ver cómo andaba John.

Pero en los Clash comenzaban las internas: el distanciamiento y la falta de puntualidad de Mick Jones, cada vez más grandes, causaban brotes. Durante la grabación de “Clash City Rockers” a fines del año anterior, Paul y Mick habían llegado a las piñas. A principios del ’78, Sandy Pealman [productor del segundo disco] fue a ver un ensayo del grupo en el 100 Club, y se dio con que Mick y sus equipos no estaban por ninguna parte. Le explicaron al productor que los demás estaban “chivos con él”, y que lo habían echado. En el lugar de Mick, había otro guitarrista: Steve Jones. Al preguntarle qué pensaba de la expulsión de Mick, Sandy sugirió que “quizás fue porque él quería ser como Mott the Hoople y los otros no”.

-Esa época fue mala -dice Robin Crocker alias Robin Banks, amigo de Mick, cuyo humor, entusiasmo y disparates entretenidos ayudaban a mantener el ánimo del grupo-. Había días en que Mick no le hablaba a Bernie, Joe no le hablaba a Mick, Paul no le hablaba a Joe. No era una época feliz para ellos.

Joe Strummer y Topper en abril de 1978.

La táctica de Bernie siempre había sido “dividir y controlar”. Hasta la actualidad, nadie está muy seguro de qué se trataban las apariciones improvisadas de Jones. Sólo hay cuchicheos indefinidos que dicen que McLaren y Rhodes estaban tratando de sacudir el avispero. Steve afirma tajantemente que nunca formó parte de ningún plan secreto. Lo que es seguro es que habían elegido el momento justo para incomodar a Mick. Él estaba pasando por lo que los demás llamaban su etapa de “perro faldero”. Decir que en esa época no era popular dentro del grupo, es malinterpretar la dinámica de los Clash. Todos los demás han admitido que se estaba volviendo “un poco complicado”, pero ahora se veía en el rol de un Cesare Borgia punk, y temía un complot para derrocarlo.

Unas de las mayores discusiones eran por las desvergonzadas aspiraciones de Mick como estrella de rock. Admitía alegremente que tomaba cocaína. Le gustaba parar en hoteles buenos y tener chofer.

-Tenía un estilo de vida muy distinto a los demás -explica Johnny Green-. Joe vivía tranquilo con sus libros, y Paul disfrutaba de un estilo de vida muy privado y rico culturalmente, con Coony [su novia, la periodista Caroline Coon].

En ese contexto y con los casos judiciales recientes resueltos, se armó una gira nacional: The Clash on Parole (Los Clash en Libertad Condicional). Las fechas fueron promocionadas por una nota de tapa de Sounds, con una foto del grupo disfrazado. Joe tenía una media en la cabeza, como un asaltante de bancos. Paul era un oficial de la Wehrmacht, con una Cruz de Hierro. Mick tenía un traje militar como el de Jimi Hendrix, y Topper se vistió con su traje de Bruce Lee. Los críticos del grupo tuvieron un día de disfrute:

-Los Clash se sabían vestir bien. Ahora se vestían para la mierda -dijo el escritor Jon Savage.

THE-CLASH- disfrazados 1978

La gira resultaría ser la más violenta hasta ese momento. En las provincias británicas, el punk era una energía poderosa y positiva para el cambio, pero también se había vuelto sinónimo de un comportamiento estúpido, y de gente que se ponía alfileres de gancho en las fosas nasales. “New wave” se volvió un término abarcador para los grupos formados en las secuelas del punk. Tanto Sham 69 como los Lurkers, Stiff Little Fingers, los Undertones y 999, sacaron sus discos debut a fines del ’77 o en 1978. Hasta Mick Jagger se cortó el pelo bien corto. El énfasis del punk en la juventud, tuvo un efecto Fuga en el siglo XXIII: si tenías más de 30, era lo mismo que estar muerto.

Un par de días antes de empezar, el 28 de junio en Aylesbury, los Clash hicieron una presentación de preparación, frente a un público de invitados, en el Manticore, un excine al fondo de calle North End, en Fulham; a solamente un par de cientos de metros del hospital en que Joe había estado confinado recientemente. El Manticore era propiedad de Emerson, Lake and Palmer, exactamente el tipo de dinosaurios del rock progresivo que los Clash habían salido a derrocar. Una paradoja que Joe comentó desde el escenario.

-Esa noche, los Clash estaban en llamas -recordó el biógrafo Chris Salewicz-. No tuve dudas de que eran el mejor grupo de rock del mundo. Parecía que todas las dificultades del año anterior (encontrar el productor correcto, las fricciones constantes entre la banda y la empresa discográfica y -al parecer cada vez más- con el manager, más el episodio de hepatitis de Joe Strummer, y los encontronazos del grupo con la ley), habían enriquecido a los Clash con una fuerza interior nueva y una energía honesta. Después de la presentación, Paul Simonon, Caroline Coon y yo, fuimos a buscar comida india y luego volvimos al depto de Caroline, en South Kensington. Claramente inspirado por las películas bélicas proyectadas en el estudio de calle Basing por David Mingay, Paul Simonon me contó que había diseñado un nuevo telón para la gira: la policía atacando en el carnaval de Notting Hill, yuxtapuesta contra un avión de combate Messerschmitt.

El nombre de la gira no venía de la matanza de palomas que la prensa había usado para vilipendiar a la banda, sino del tema “All the way from Memphis” de Mott the Hoople:

“Parecés una estrella, pero en realidad estás en libertad condicional”.

Aunque los locales eran casi del mismo tamaño, mayormente con el público parado, como la gira anterior (Get Out of Control), ésta iba a ser más profesional, con un sonido de máximo nivel y actuaciones mucho menos desenfrenadas que antes, pero muy enérgicas de todos modos.

La gira iba a incluir la mayoría de las canciones que se plasmarían en el disco Give ‘Em Enough Rope, pero el clímax era el repaso de las favoritas del primer disco, para complacer al público, que no se iba a poder familiarizar con el material nuevo hasta su publicación, en noviembre, aunque para llenar el tiempo, se había publicado como single “White man in Hammersmith Palais”.

-Me junté con el grupo en Manchester, en la gira -continuó Salewicz-. En los pocos días desde que vi a los Clash en Fulham, el cambio de Joe era marcado. Parecía estar casi al límite de la paciencia. Empujados por la urgencia demoníaca de Joe, los recis que vi fueron los mejores; los más cálidos; los más participativos; los recitales de rock más disfrutables que había visto en mi vida. Con el progreso de los Clash hacia recintos del tamaño de teatros, cada uno con audiencias cercanas a las tres mil personas, Joe había crecido como intérprete. Esos escenarios más amplios le ofrecían mucho más lugar para moverse mientras interpretaba su actuación visionaria. Pero su rol como frontman parecía estar causándole un daño psicológico; incluso psíquico. Habían vuelto los cambios de humor y la irritabilidad que yo había observado previamente. Ser Joe Strummer (lo cual significaba dirigir a las masas punk hacia su hotel todas las noches, como un anti-Flautista de Hamelin), era un trabajo de 24 horas. Joe Strummer no cerraba nunca, y se podía ver el estrés que acechaba permanentemente detrás de ese semblante fumado y superficialmente benévolo.

En Manchester, la tarde posterior al recital programado habitualmente, y un par de horas antes de un reci fuera de programa, en un boliche que se llamaba Rafters, el día “libre” [3 de julio], los Clash fueron a buscar música nueva a la disquería HMV. Mick se había comprado casetes de Legalize It de Peter Tosh, Let’s Stay Together de Al Green, On The Beach de Neil Young y Little Criminals de Randy Newman, lo que le daba sentido a la amplitud de su gusto y las influencias de su parte sobre el grupo.

-Más tarde, Mick Jones y yo nos sentamos en la habitación de hotel de Joe, a ver un informe altamente emocionante sobre el National Front, cuando entró un Joe Strummer tenso -relató Salewicz-. Durante unos dos o tres minutos, se paró a mirar el programa frunciendo el ceño. En un espasmo repentino de furia, que exhibió la capacidad de Joe para volverse terrorífico en un instante, pateó violentamente un tacho de basura metálico. Voló por el aire. El frontman de los Clash se fue furioso. Preocupado, Mick Jones lo siguió y descubrió que la razón por la que estaba tan chivo, era porque le habían contado que iba a ser difícil hacer entrar chicos gratis al reci del Rafters. Los cambios de humor de Joe parecían casi fuera de control y sumamente imprevisibles. En el camarín [el 4 de julio] antes de la actuación en Glasgow que le siguió a las fechas en Manchester, vino hacia mí. “¿Me podés pegar esto, por favor?” Sacó unos pedazos de algodón y se los envolvió alrededor de la muñeca y yo lo enrollé con cinta aisladora. Eso era lo que sería conocido como “protección Strummer”, un invento de Joe para prevenir que se le rebane la muñeca durante sus cuchilladas de acordes frenéticos sobre la Telecaster.

La gira On Parole tuvo otras confusiones. David Mingay y Jack Hazan seguían haciendo tomas para Rude Boy. El proceso era, coincidentemente, caótico. No había plan de rodaje, y el asunto empeoró por la tensión entre el grupo y Bernie. El actor Ray Gange se encontraba en un papel cada vez más incómodo. Era fan y seguidor de los Clash, y ahora era protagonista de una película que al grupo, como mucho, le causaba indiferencia.

Los Clash le expresaban sus sentimientos a los cineastas de distintas maneras. En el Apollo de Glasgow, Escocia, Mick le rugió a Jack Hazan “¡Bajate del puto escenario!”. En la película, esto se editó como si le gritara a Ray Gange, que conectaba torpemente unos cables.

El excine Apollo tenía mala fama en el circuito de recitales por la violencia excesiva que empleaban sus patovicas psicóticos. Pero los patovicas afirmaban que el público los había aterrorizado durante años.

-Mirá -dijo uno de ellos, levantando su musculosa con orgullo-. Esta cicatriz es del show de David Bowie. Y esta es de los Faces. Y esta -mostró una marca gruesa que le cruzaba la panza- es de la última vez que tocaron acá los Clash.

Durante el show de los Clash, los patovicas apalearon, aporrearon y patearon indiscriminadamente al público, que obviamente contraatacó. Joe (usando una remera que decía “Get tae Fuck” [andate a la mierda, en escocés]) se alejó del micro y sacudió la cabeza después de implorarle a los patovicas y a los pibes que dejaran de tratar de descuartizarse mutuamente.

El reci está documentado en Rude Boy. Joe se baja del escenario para protestarle a los de seguridad:

-Cálmense. Controlen su temperamento.

En la calentura del momento, probablemente pocos reconocieron que era un par de versos del hit jamaiquino de 1964 “Simmer down”, de Bob Marley.

Mick, furioso, grita: “¡están bailando, no peleando!”. Paul trata de seguir solo con “Janie Jones”.

Cuando Joe finalmente se dio por vencido y se fue del escenario lagrimeando, avanzó un patovica encolerizado por el whisky.

-Te vamos a agarrar -dijo mirando maliciosamente al cantante.

El Apollo de Glasgow.

Rápidamente circularon los rumores de que los patovicas se dirigían al camarín del grupo, decididos a hacerlos cagar. Los Clash salieron del Apollo pero afuera se encontraron con fans damnificados que se quejaban de que Joe y los demás se quedaron parados mirando cómo los masacraban.

-Son simplemente estrellas pop con egos grandes -rugió uno.

Exasperado, Joe estrelló contra el piso la botella de limonada que tenía. Cuando se destrozó, la policía se materializó de la nada y con mano dura agarraron a Joe y lo arrastraron a una de sus trafics. Paul Simonon avanzó para protestar y a cambio le rajaron violentamente la cabeza de un bastonazo, para luego tirarlo también adentro de una trafic. Topper, con inteligencia, desapareció.

-Mick y yo, junto a Johnny Green, corrimos rumbo al hotel para esconder las drogas de Joe y Paul en caso de que la policía inspeccionara sus habitaciones -contó Salewicz-. En un momento, salí a buscar a Bernie. Cuando lo encontré, no demostró ningún tipo de interés en que la mitad de su grupo estuviera en la cárcel. Más tarde, Johnny Green me dijo que esa falla de Bernie fue un momento crucial en su relación con el cuarteto.

Paul y Joe se pasaron la noche en la celda, animados por una bolsa de anfetaminas escondida en uno de sus numerosos bolsillos con cierre. A la mañana siguiente, aparecieron por el juzgado, acusados de perturbación del orden público. Más tarde, Joe contó que los otros punks encerrados con ellos, cantaron “The prisoner” toda la noche.

El encontronazo de Joe con la ley le dio credibilidad a su aspecto de vago en el banquillo de acusados, al estilo Brando. Lo multaron con 25 libras [200 dólares actuales]. A Paul, 45 [más de 350 dólares actuales].

-¿Cómo se llama su grupo? -interrogó el magistrado.

-The Clash [El enfrentamiento] -murmuró Joe.

-Qué oportuno -se rió el juez.

En la calle, afuera del juzgado, Joe Strummer miró a Paul Simonon y sonrió.

-Tal vez fue un error ponerle Los Clash en Libertad Condicional a la gira.

El viaje cruzando las Tierras Altas escocesas pasó sin mayores incidentes, y después de algunas horas llegaron a Aberdeen [el 5 de julio]. Salewicz relató una anécdota que pudo haber sido trágica:

-Con Joe sentado en el asiento delantero, viajamos directo al recinto, para la prueba de sonido. Yo estaba sentado entre Mick y Paul, al fondo. Johnny Green frenó para abrir el portón del alambrado que encerraba la entrada trasera, dejando el motor encendido. Mientras abría y sujetaba el portón contra el alambrado, Joe (siempre listo para hacer bromas) saltó al asiento del conductor. Aunque no sabía manejar, sabía cómo funcionaba un coche automático. Insertó la palanca en la posición de “conducir”, agarró el volante y presionó su pie contra el acelerador, intentando claramente pasarle zumbando por centímetros a Johnny, asustándolo. Pero (como dije) Joe no sabía manejar. Calculó mal un par de centímetros y apretó a Johnny contra el alambrado. La punta derecha de la trompa del auto se atascó contra los eslabones metálicos. Johnny gritó del dolor. Todo el peso del Ford estaba encima de él. Ahora Joe estaba en pánico. No sabía que hacer. Aunque había sacado el pie del acelerador, la marcha automática seguía puesta y estaba avanzando lentamente contra el alambrado, apretando a Johnny. “No puedo respirar. Se me están quebrando las costillas”, gritó. El horror descendió sobre las caras de todos, como si todo sucediera en cámara lenta. Desde donde estaba yo, pude ver que Joe se había puesto blanco y se le estaban formando lágrimas en los ojos. Johnny lo confirmó muchos años después, cuando hablamos de esto. Mick actuó rápido. Con su abrigo de cuero, saltó del auto y corrió a pedir ayuda. Paul corrió hacia el frente del Granada e intentó inútilmente empujarlo hacia atrás Yo sabía manejar y me di cuenta de lo que hacía falta: “Joe, sentate en el asiento del acompañante”, le dije. Escurriéndome por el espacio entre los dos asientos delanteros, me puse al volante. Tiré el volante hacia la derecha y puse la marcha en reversa. El auto retrocedió, alejándose de Johnny, que se tambaleó hacia adelante, tragando aire, agarrándose las costillas. Shockeados, Joe y yo nos miramos. “Gracias, Sandwich”, dijo y miró hacia otra parte, con los ojos aún llorosos y la piel color ceniza. Mick Jones llegó con un grupo de rescate: media docena de pibes de 13 años, en patineta. Pero no hacían falta en esta historia de guerras del rock. Como dije, yo ya sentía, en esta gira, que Joe Strummer era un hombre que estaba al límite. Me sentía indefinida pero profundamente preocupado por él. Joe y yo no mencionamos nunca más el incidente automovilístico de Aberdeen. No es que tuviera algo inmencionable, pero es que simplemente todo pasaba de una manera tan instantánea, que de alguna forma pareció algo bastante normal.

Luego el en ese entonces periodista de la revista NME pudo hablar con Joe a solas en el hotel y analizar un poco el nuevo repertorio de la banda:

-En el hotel de Aberdeen, después del show, subí con Joe a su habitación. “Waterloo” de Abba flotó por la ventana, desde el boliche del hotel. “Esa está buena” dijo Joe. Me dijo que las pérdidas ocasionales de control de las que fui testigo en la gira, se debían a las presiones constantes. Pero, según admitió el mismo Joe, en el pasado se debían al “demonio alcohol”. Dijo que ese problema se resolvió cuando la hepatitis lo obligó a prescindir del escabio. Pero también negó de manera enérgica (y deshonesta) que la hepatitis se debiera a la ingesta de algún polvo estimulante. Pasamos a hablar de las contradicciones de los Clash: la calidez y el positivismo vestidos con imágenes abiertamente agresivas (el logo con un arma; los telones de fondo militares; incluso los títulos de las canciones nuevas: “Tommy Gun” [Metralleta], “Guns on the roof” [Armas en la terraza], etc). “Creo que es simplemente un reflejo de lo que hay. De verdad pienso que somos una influencia buena, pero lidiamos con el mundo, y esas imágenes son simplemente un reflejo de lo que es”, afirmó Joe.

Joe en la tapa de Record Mirror, 1 de julio de 1978.

La fecha del sábado 8 de julio en Crawley, fue otra carnicería. Un gran contingente de skinheads se había tomado el tren desde Londres. Merodeaban entre el público, se le paraban cara a cara a la gente, le pegaban a cualquiera que no les cayera bien, al azar.

La banda soporte principal era Suicide, un dúo neoyorkino con sintetizadores. En Blackburn los estadounidenses ya habían quedado detenidos por un policía de apellido Ray, por posesión de hachís. La anécdota luego quedó en su canción “Mr. Ray”.

-[En Crawley] El público nos miró desconcertadamente unos minutos, antes de empezar a aplaudir lentamente, en desaprobación -relató Martin Rev, de Suicide-. Comúnmente ésa es la señal para que la banda telonera termine, antes de que empeoren las cosas. Pero los Suicide acababan de subir al escenario. Alan se sumó a aplaudir, como si el público estuviera siguiendo el ritmo. Eso hizo que pararan de aplaudir, pero provocó que el público gritara insultos o tirara objetos al escenario. Yo no vi un hacha, pero creo que pueden ser ciertos los informes que dicen que pasó eso. Vi latas, botellas e incluso un intento de tirar asientos de la primera fila.

-Desde el fondo del salón vi que los skinheads se trepaban por los parlantes como cucarachas a una mesa -describió Johnny Green-. Un chabón grandote simplemente fue a las zancadas por el escenario y le pegó a Alan Vega, quebrándole la nariz. Los plomos forcejearon y él liberó su brazo para mirar hacia el público y revolear el puño de manera triunfal, como si hubiera metido el gol de la victoria. Lo tironearon hasta el costado del escenario, donde había un plomo parado con las piernas abiertas, meciendo un cuchillo hacia el público, que aullaba. Eso no calmó nada. Hay que felicitar a Suicide, que terminó su set a pesar de la nariz rota de Vega. En el backstage, lo vimos irse al hospital, cubierto de sangre.

Alan Vega herido luego de telonear a los Clash

El resto del show se arruinó por las peleas. Mark Hagen, ahora productor de la BBC, estaba ahí. Lo describe como el reci más aterrador de su vida. A la salida, recuerda que en la estación de Crawley se encontró con unos 100 teds que esperaban en la plataforma a los punks, que eran en su mayoría estudiantes adolescentes.

La otra banda telonera fueron los Specials. Durante la gira, el grupo apareció en los carteles con diversas denominaciones: The Special A.K.A., The Coventry Automatics, The Special A.K.A. The Automatics y, en ocasiones, The Specials, que unos meses después terminaría siendo su nombre definitivo. La leyenda cuenta que Jerry Dammers [tecladista y fundador de la banda] quiso hacer llegar un demo a John Lydon y terminó en manos de Bernie Rhodes, que les propuso actuar dentro de la gira. Precisamente, el ataque a Alan Vega fue una revelación para Dammers:

-Esa fue la noche en que nació el concepto de The Specials. Pensé de forma idealista: “tenemos que superar a estas personas”. Era obvio que se avecinaba un revival mod y skinhead, y estaba tratando de encontrar una manera de asegurarme de que no fuera en la dirección del National Front y el British Movement. Vi al punk como una meada del rock, como la música rock suicidándose, y fue genial y muy gracioso, pero no podía creer que la gente lo tomara como un género musical serio. Parecía más saludable hacer un estilo integrado de música británica mejor que gente blanca tocando rock y gente negra tocando su música. El ska fue una integración de los dos- reflexionó el exintegrante de los Specials.

Al finalizar la gira, los Specials le preguntaron a Bernie Rhodes si estaba interesado en ser también su manager, que con su particular forma de actuar terminó siendo protagonista de “Gangsters“, el primer single de la banda.

The Specials.

Como en las giras anteriores de los Clash, al final de cada noche había una política de puertas abiertas. El grupo correspondía la lealtad intensa e inquebrantable de sus seguidores permitiéndoles charlar con ellos y firmándoles discos y posters. Joe (como testifican todos los que lo conocieron alguna vez), se interesaba genuinamente en las experiencias de los fans. Hablaba durante horas, le prestaba atención a la gente y los hacía sentir los más importantes del lugar. Era un regalo extraordinario. A Mick le gustaba hablar de música o política. A Paul y Topper también. Le daban cigarrillos y tragos de su cerveza a los fans.

-Nunca hubo una banda en la historia del rock, que tratara a sus fans tan bien como los Clash -dice orgullosamente Johnny Green-. Nunca los escuché quejarse ni una sola vez de tener que quedarse a charlar con los pibes después del show. Es más, estaban ansiosos por conocerlos.

A mitad de la gira, el guitarrista de los Pistols, Steve Jones, empezó a aparecer por sorpresa para subirse a tocar en los bises del grupo. Los Clash empezaron a ensayar “Pretty Vacant” de los Pistols, como final especial. El formato con tres guitarras sonaba impresionante. Mick empezó a preguntarse si Bernie y Malcolm estaban planeando un golpe maestro.

-Había ideas de que hubiera un intercambio de integrantes entre los grupos, y eso a Joe nunca le gustó -recuerda Simonon-. Mick se sentía incómodo porque Steve Jones aparecía todo el tiempo. Debe haber sentido que Steve lo estaba por destituir.

Mick parecía profundamente afectado por las presiones artísticas que se habían apilado sobre él. Esta preocupación por su oficio, que se expresaba en momentos de introversión silenciosa y malhumorada, se volvería una característica de su personalidad, hasta su partida del grupo.

-Es un rasgo común de los artistas, desde Charlie Chaplin a Ted Hughes a John Lennon y Tony Hancock. Todos ellos, como Jones, sufrían una ansiedad profunda por su obra -considera el periodista Pat Gilbert-. Strummer era otro creativo depresivo clásico, pero parecía soportar mejor el estrés del proceso artístico. Muchas veces no terminaba las letras, o ni siquiera las escribía, hasta que se preparaba para hacer las tomas finales en el estudio. Gran parte del trabajo de Mick tenía que estar listo incluso antes de que las canciones llegaran al ensayo. Las expectativas le pesaban mucho sobre los hombros.

-Creo que 1978 fue un año crucial -dice Johnny Green-. Los Clash la habían pegado en el sentido de salir en la tapa de NME y llegar a un público amplio, pero ¿eso qué quiere decir? Paul parecía disfrutarlo. Era el más hedonista en el sentido de obtener placer de una situación. Joe renegaba pero se ponía a la altura de la circunstancia. Pero para Mick, creo que era una responsabilidad más grande de la que se había imaginado. Y se la tomó con mucha seriedad.

Caroline Coon notó que el cambio de personalidad de Mick, se relacionaba con una ambición descarada:

-Jonesy quería salir en Top of the Pops, porque era el lugar para llegar a las masas -dice ella-. El pensamiento de Bernie era anticuado. No entendía a la televisión como medio. Ahí todo es falso, por más que toqués en vivo o no. Pero me gustaba que Jonesy fuera como una diva. Las divas son bárbaras. Parte de la banda tenía el concepto de que estaba mal aceptar la fama abiertamente. Pero Mick no. El problema era más su inseguridad. A veces era difícil hacerlo subir a tocar. Lo superaban tanto los nervios, que hacía cualquier cosa para postergarlo. “El escenario es malo; el faso es malo; no puedo tocar”.

-Hay que recordar que era joven. Tenía 22 o 23* -dice Johnny Green-. El punto es que los seres humanos muy maduros y equilibrados, no tienen la ambición y el empuje que tenía alguien como Mick Jones. A veces era un divo hecho y derecho. En el auto quería sentarse siempre en el asiento delantero. Nunca cedía. Pero con esa terquedad venía una mentalidad decidida y cierta energía.

*Nota del traductor: Mick había cumplido los 23 el 26 de junio.

Frecuentemente, Joe y Paul le discutían a Mick su comportamiento decadente y poco punk en comparación.

-Él respondía “¿y qué?” -dice Green-. Y la cosa no pasaba de ahí. Es interesante. Quizás aceptaban que era todo parte del paquete. La gente de afuera veía a Mick como una persona insolente y egoísta, pero nosotros lo veíamos como un tipo muy enfocado y trabajador.

El pelo de Mick se había vuelto un distintivo de su estilo de vida rockero.

-Noté que mientras mi pelo y el de Joe se habían vuelto más cortos, el de Mick estaba más largo -sonríe Paul.

Su negación a amoldarse a la ortodoxia punk del pelo corto, parecía reflejar su actitud hacia la postura disciplinaria de los Clash.

Causando caos por todo el territorio, la gira The Clash on Parole continuó hasta que concluyó con cuatro noches en el Music Machine de Camden Town [del 24 al 27 de julio].

Posiblemente por instrucciones de Bernie y Malcolm, o según sostiene él, puramente por voluntad propia, Steve Jones estuvo de nuevo en las últimas fechas de la gira, al igual que Jimmy Pursey de Sham 69. Las fechas fueron un regreso triunfal a casa. Le permitieron a los fans entrar por las ventanas de los camarines del primer piso, y las guitarras de las bandas soporte terminaron en las casas de empeño. El clima electrizante del lugar se amplificó por la inevitable violencia al azar. Al igual que en Glasgow, los patovicas se la agarraron con el público punk.

-Pete Silverton [un periodista musical] y yo estábamos parados charlando y vinieron dos patovicas y nos pegaron. Nos tiraron literalmente al piso, así de la nada -recuerda Roger Armstrong del sello Chiswick-. Ni siquiera estaba tan lleno; fue al principio de la noche. Vino Topper directamente y nos dijo “Déjenmelos a mí, yo sé karate, me voy a encargar de ellos”. Le dijimos “¡No! son grandotes”. Era un personaje chiquito y valiente.

Esa noche, en la consola, había un DJ bolichero que se volvió una fija en las giras futuras de los Clash: Barry Myers. Era un aficionado al reggae, el rock de garage, el rockabilly, el punk y el soul, que estaba haciendo una reseña de las cuatro fechas para la revista Sounds, pero logró convencer a Bernie de que lo dejara pasar música.

-Lo que me alentó a insistirle más, fue que la primera vez que hablé con Johnny Green, me dijo “Joe quiere que sepas que la música que pasás está bárbara” -recuerda Myers.

Cuando los Clash finalmente pararon de girar, empezaba agosto. Habían planeado lanzar el segundo disco en septiembre, pero estaban lejos de terminarlo.

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