Mick Jones repasa su vida (parte 1)

No era una vida fácil y las canciones que componía este pibe solitario, hablaban de abandono, rechazo y traición. Después el grupo que formó también lo rechazó. Desde los Clash hasta su vida como mentor de Pete Doherty, Mick Jones por fin cuenta su conmovedora y monumental historia.

Traducción y aclaraciones: Lepo. Texto original de Danny Kelly para revista The Word (Reino Unido)- noviembre de 2005. Agradecimiento a Sabine Bollinger.

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Las instalaciones modernas de grabación son todas bastante parecidas: madera pulida, una calma fingida y una iluminación que no da pistas referidas al momento del día o de la noche: tan funcional y anónima como Starbucks. Solo las transforma la gente y la música. Y donde estoy yo, en Chiswick, Londres Oeste, está tomando vida.

En un rincón está sentado Adam, baterista de Babyshambles, que pocos meses atrás se dedicaba a la docencia, y la fotógrafa legendaria Pennie Smith. En la consola, un caballero mayor con una colita entrecana dispara “La belle et la bête”, del nuevo disco de los Babyshambles. Es Bill Price, el técnico consagrado cuyos oídos y manos le arrojaron polvo de hadas a la obra de Tom Jones, los Sex Pistols, los Pretenders, Pete Townshend, Elton John, The Jesus And Mary Chain, los Waterboys, los Stone Roses, Paul McCartney, Robert Plant, Guns N’ Roses y los Libertines. Llena la sala el aporreo rockabilly de su proyecto más nuevo, acompañado, por supuesto, por el último suspiro de devoción de Pete Doherty a Kate Moss.

El tema causa que el último ocupante del espacio tome vida de un salto. Antes estaba completamente inmóvil, de espalda a todos nosotros. Solamente un penacho de humo buchón de cigarrillo, advertía que había alguien dentro de ese traje negro. Dentro del traje está Mick Jones (o “el Gran Mick Jones”, como lo conoce toda la gente de bien), guitarrista de los Clash y ahora productor de los Babyshambles. Y su reacción hacia la música nueva que está ayudando a crear, es sorprendente.

Mick Jones con los Libertines y Don Letts.

La boca que sostiene el cigarrillo (Mick siempre está fumando) le parte la cara con una sonrisa más ancha que la avenida Broadway. La botella de cerveza lager, en su guante derecho, se sacude como una maraca. Lo mejor de todo es que circula por la sala moviendo los brazos y las piernas al unísono, como tratando de demostrar cómo funciona un tren a vapor; como en un bailecito de alegría.

Como era de esperar, dado el ADN que le pusieron Jones y Price, “La belle et la bête” tiene algunos ecos del sello sónico del magnífico disco London Calling de los Clash, en el que trabajó Bill. Sea cual sea su génesis, el tema, bastante largo, complace claramente al productor.

Cuando se detiene el baile de la locomotora, el rostro sigue envuelto en una sonrisa amplia y orgullosa. Un par de semanas después de su cumpleaños 50, Mick Jones está haciendo lo que mejor hace y lo que más le gusta: música. Y se transforma y se deja llevar ondulando por su energía imparable y sanadora.

*

Nos guste o no, vivimos en un mundo en el que los hechos fueron reemplazados por las opiniones; donde no aparecen las certezas y nada está en un lugar fijo, ya sea por evidencia empírica o por consenso crítico. Al parecer ya nada se pasa totalmente de la raya. Todo se puede debatir.

O casi todo. Algunas cosas, por suerte, están más allá de la disputa casual de los revisionistas y los provocadores. Algunas cosas, cuando las golpea el palo de la crítica, continúan sonando sin que las alteren los caprichos de la moda o el paso del tiempo. Una de esas cosas es la reputación de los Clash. Andá a cualquier cena en el mundo pensante y declará que son “fabulosos”, “trascendentales” o “legendarios” y solamente te lo van a discutir los tontos, los aburridos o los borrachos.

1979

Hay libros completos escritos sobre lo que logró ese grupo: la autodenominada “banda de garaje”, los “rockeros de la ciudad Clash”, “la última pandilla de la ciudad”. Y este no es el lugar para recitar detalladamente sus innumerables logros, avances y mitos. En este contexto, una lista rápida, necesariamente de trazo grueso, de sus tantas condecoraciones, nos va a servir.

Respiren hondo. Acá va:

Los Clash fueron el mejor grupo que surgió del paroxismo punk de 1976 y ’77. Su primer disco, The Clash, fue el mejor disco que produjo esa movida y compite con In The Court Of The Crimson King, The Smiths, Psychocandy, Roxy Music, Unknown Pleasures y The Stone Roses por el título del mejor disco debut de una banda británica en la historia.

Hicieron otro póker de discos sobresalientes y el tercero, London Calling, habitualmente es elegido como mejor disco de rock de la época posterior al punk.

Durante su campaña relativamente breve, tuvieron una propuesta verdaderamente increíble en vivo, solo igualada por los Who, con su pompa brutal.

Tuvieron 20 hits; incorporaron con éxito el reggae a su ruido principal, y fueron la primera banda de rock en reconocer y sumar el sonido del hip-hop, que en ese entonces era emergente y ahora domina el mundo.

Dejemos de irnos por las ramas: los Clash fueron una gran banda; quizás la mejor de la historia.

Lo más importante es que influyeron en la vida de la gente y cambiaron la música. De hecho, la mayoría de los mejores grupos del momento (Babyshambles, Hard-Fi, los Paddingtons) llevan orgullosamente en lo alto la bandera que los Clash desplegaron un cuarto de siglo atrás. Y en el centro de todo esto, como compositor, arreglista, guitarrista, (en sus propias palabras) “humanizador” y productor, estuvo y está Michael Geoffrey Jones.

*

De cerca y por un lapso de tiempo, Mick Jones es una contradicción. Con los trajes, el pucho permanente y el pelo engominado hacia atrás, el aspecto del chabón tiene algo. Bajo una luz determinada, podría hacerse pasar por Humphrey Bogart. De hecho lo hizo, según confirma riéndose nerviosamente:

-Lo raro es que Lauren Bacall [actriz que trabajó con Bogart y falleció en 2014] me miró dos veces cuando me vio en New York. Ella estaba paseando los perros y se detuvo a mirarme dos veces. Soy un gran admirador; le puse Lauren a mi hija mayor.

Pero el aspecto curtido es una farsa. Cuando hablás con él, es divertido, respetuoso y discreto a más no poder: un encanto total.

La contradicción es más profunda; mucho más profunda. La imagen pública de Jones era de un rockero agitador y rebelde. Hay fotos de su juventud (muchas de Pennie Smith) en las que es un dios del rock de punta a punta. Todo eso era genuino, a su manera. Vos también habrías estado bastante contento con vos mismo si hubieras descubierto que eras la punta de lanza de un grupo tan emocionante que la gente hacía disturbios cuando tocabas y cuando no tocabas también (como pasó en New York, cuando llegó a su fin la serie de presentaciones en el galpón Bond).

Pero también era todo falso.

Desde temprana edad, la vida de Mick Jones fue extraordinaria y muchas veces fue una lucha. Gran parte de su arte fue un intento de superar, esquivar y escapar de esa lucha.

Pensá en “Train in vain“, la canción maravillosa compuesta por Jones que está al final del cuarto lado de London Calling y no se anuncia en el disco: nos dice mucho sobre los Clash y quizás más sobre el hombre que la canta.

Como la grabación del disco había terminado, la banda, como siempre, iba al límite, exigiéndose a sí misma y a su empresa discográfica. London Calling ya era un disco doble, lo cual era bastante ambicioso. Ahora decidían grabar una canción más para agregar al paquete, como flexidisc [un disco de regalo]. En ese interín, se acabó el tiempo y la canción se agregó al final del disco existente. No hubo tiempo de modificar las fundas o las etiquetas para hacer figurar la inclusión. De ese modo, los Clash efectivamente hicieron invisible una canción que la mayoría de los grupos hubieran considerado la cima de sus trayectorias. Era una señal de seguridad; de cuánto material maravilloso tenían a disposición.

La canción, en sí, es muy al estilo de la mitad de la trayectoria de los Clash: un funk vivaz y seguro; como “Trampled underfoot” de Led Zeppelin en una noche particularmente alegre. Pero la letra es otra cosa totalmente distinta. Estos son solamente fragmentos: “Me dejaste”… “El dolor de mi corazón sigue hasta hoy”… “Veo derrumbarse todos mis sueños; no voy a ser feliz sin vos”… “Me gano la vida solo”… y por último repite “¿Te quedaste conmigo? No, para nada”. Todas esas palabras hablan de abandono, rechazo y traición. Es una canción que, al igual que los triunfos, los premios y la adulación, resumen la experiencia del guitarrista y ayudan a explicar por qué una conversación con este extraordinario sujeto, rápidamente puede pasar de la risa cordial y el chiste tonto, a la víspera del desconsuelo y la lágrima silenciosa.

De hecho, hasta el escándalo reciente que rodeó a Kate Moss y Pete Doherty revela cuan complejo puede ser Mick Jones. La noche que llegó a los diarios la noticia de “la fiesta con cocaína” (que ocurrió en el mismo estudio Chiswick) me llamó, aparentemente para corregir algo que había dicho en nuestras conversaciones. Pero rápidamente estuvo muy abierto al respecto de los acontecimientos de ese día. Estaba furioso. Dijo que la prensa era hipócrita y que la gente de la joda no es terrorista. Estaba preocupado. No quería que la prensa molestara a su pareja, Miranda, y sus nenas, Stella y Ava. Y estaba sinceramente molesto por la propia Kate. Y aceptó irónicamente su parte en todo el quilombo:

-¿Viste esa fotito mía en el diario? ¿Y el epígrafe? “SNIFF: Mick Jones”. Supongo que es lo que esperan de mí.

Como dije, se ha escrito mucho sobre los Clash, pero Mick Jones mayormente se quedó en el molde. Ahora, ya establecido en su casa, en la lucha con Doherty y su circo de rock, y haciendo música propia por primera vez en años (tiene la banda Carbon/Silicon con su viejo amigo Tony James, exguitarrista de Generation X y Sigue Sigue Sputnik y exesposo de la periodista Janet Street Porter), se siente listo para hablar de su extraña, tumultuosa y muchas veces extraordinaria vida y trayectoria.

¿Qué tipo de infancia tuvo?

Esa primera pregunta causa que los ojos de Mick se llenen levemente de lágrimas, antes de componerse:

-Me protegió mi nona -dice-. Yo tenía ocho cuando mis padres se separaron. Fue todo un tema. Estaba en una reunión escolar y la palabra “divorcio” me daba vueltas por la cabeza todo el tiempo. Cuando tuve mis propias hijas, realmente no quería que pasara eso, pero pasó con mi primera hija, Lauren. Ahora tiene 21; es toda una mujer y es fantástica por derecho propio. No me lo recrimina. Pero en aquel momento no lo pude evitar. Ahora tengo bebés y estoy decidido a hacer todo bien.

Yo crecí en Brixton y fui a la escuela ahí. Después me mudé en la preadolescencia a Londres Oeste con mi nona, que me crió ahí. Mis padres se fueron y me dejaron a cargo de ella. Mi mamá se fue primero y después mi papá se mudó por la misma calle y me dejó con mi nona.

Tenían peleas terribles y no se llevaban bien; aunque más adelante mi papá me dijo “tu mamá fue el amor de mi vida”. No importaba que lo volviera loco. Cuando yo era pibe, a veces ella no lo dejaba entrar a la casa. Él se quedaba afuera pegándole a la puerta y hablando por el buzón: “¡Michael, dejame entrar!”. Después me empezaba a pasar plata, billetes de cinco libras [140 dólares actuales], por el buzón, para que le abriera la puerta. Yo no le abría, y después ella lo hacía entrar… ¡con una sartén! Otra vez ella le agarró toda la ropa, abrió la ventana ¡y la tiró a la avenida, en Brixton Hill! Mi papá ya no vive. Mi mamá tiene un poco de remordimiento por lo sucedido. Pero la verdad que nunca se los recriminé. Lo que pasó me hizo ser como soy. Se pueden haber sentido un poco mal por eso, pero yo no. Y nunca, nunca jamás los hice sentir mal por eso.

Como si ser básicamente abandonado por tus padres o entregado a tu abuela no fuera lo suficientemente extraño, el joven Jones en realidad sobrevivió a una organización doméstica incluso más rara. Terminó viviendo con tres ancianas en Park West, por calle Edgware. Su abuela Stella (Mick bautizó así a su hija por ella) más su hermana y su cuñada: Celia y Cissy. Había fricción. Esas tres ancianas judías no veían con buenos ojos la remera de Snoopy y el Barón Rojo de Mick, por la Cruz de Hierro del avión del Barón. Casi se la confiscaron. Stella arqueó las cejas cuando el joven Mick volvió inestable de una tarde de experimentación:

Medio Tuinal [un sedante] y una pinta de cerveza lager. Quedé tirado en calle Blackfriars -dice-. Fue una crianza muy rara, en muchos sentidos. Tenía una vida solitaria. Siempre tuve mi propia llave y básicamente hice lo que quise desde muy chico. Es muy poco habitual.

La falta de guía de los padres y de hermanos, significó que el prepúber Mick hiciera cosas y fuera a lugares que habitualmente se le negaban a los pibes comunes:

-No tengo hermanos. Eso hizo que me inventara mi propio mundo -dice.

Desde los seis años, andaba solo por Londres, y no iba a ver las películas infantiles de los sábados a la mañana, sino a ver películas de verdad; o iba a St Paul’s: se llevaba sandwiches y viajaba con el boleto Red Rover [que le permitía a los niños viajar todo el día por tres chelines -40 centavos de dólar actuales-].

-No era peligroso como ahora -dice-. Se podía hacer en ese entonces. Me sentaba en el cine desde que abría. En aquel tiempo pasaban dos películas; las veía dos veces completas y después me iba a mi casa. Mis papás me daban plata y salían. Yo hacía eso todo el tiempo. Era un descubrimiento asombroso.

En esa etapa, como con tantos chicos, la adicción musical todavía no había entrado. Inglaterra acababa de ganar la Copa del Mundo 1966 y el fútbol era la gran cosa para Mick. Coleccionaba autógrafos de futbolistas con el placer y la obsesión que después le pondría a la música. Aparecer solamente afuera de la cancha no era para él. Esperar para ver pasar un jugador a la ligera, ¡claro que no! El fin de semana de Mick empezaba los viernes a la noche en los hoteles que rodeaban plaza Russell, donde paraban los equipos visitantes antes de los partidos del sábado. A la mañana siguiente, cruzaba otros equipos que llegaban a las estaciones de tren y después se iba a ver un partido y conseguía firmas de los equipos cuando entraban a la cancha.

-Y después te ibas a la estación a agarrar a un par de equipos ahí.

Incluso los días de semana, el joven Mick visitaba las canchas de entrenamiento de determinados equipos y recolectaba más autógrafos. Todos iban a parar adentro de su querido libro de fútbol Topical Times.

-Siempre me fue útil -dice-. Determinados futbolistas te trataban agradablemente y otros eran re malos. Eso me quedó en la mente. Tengo un libro fantástico del año posterior a la Copa del Mundo, con el equipo completo que salió campeón mundial. Todavía tengo el libro: George Best, Denis Law, Tommy Steele…

Inteligente y con buena dicción, Mick fue a Strand, una escuela secundaria decente, en Elm Park, Brixton. Disfrutaba de la historia, el arte e inglés; no tanto de la ciencia y la matemática.

El futuro ídolo punk no era tan atrevido; se dejaba llevar por lo que iba pasando.

-Sí disfrutaba -dice-. Pero ahora es bastante raro: me interesa todo; todas las temáticas. Mi interés por todo no se manifestó, excepto por mi colección de cosas, que junté desde muy chico. Tengo todas las revistas, historietas, discos y videos. Soy un adicto total al video. Tengo un archivo enorme de todo tipo de libros, y mientras más me hago viejo, me interesa cada vez más todo.

Ahora está realmente intenso. Muchos varones se identificarían inmediatamente con su forma de ver la vida: parte de su obsesión por poseer, cazar y juntar cosas, me recuerda al último episodio del último programa decente que hizo Bill Connolly en la tele: en el cierre, Connolly gira a cámara y dice “supongo que soy como todos los hombres. Quiero lo que tenía cuando era chico”.

Mick Jones le encuentra el sentido, pero también tiene planes para el futuro. Y lo dice en serio.

-Conseguir las cosas de la infancia tiene mucho que ver, pero hice algo más: lo considero mi mayor obra de arte. Nadie más podría haber coleccionado esto -se inclina hacia adelante, entusiasmado-. La cosa es que ¡quiero un museo! Voy a ir a decirle al gobierno “¡denme un museo!”. ¡Y más vale que me lo den! Porque estas cosas les van a encantar a todos. Y todos pueden venir. Son cosas de otro mundo. Hay que armarlo. Voy a producir un catálogo; como un libro de historia. Se trata de conectar cosas: va a estar la película Los 300 héroes [1962]; la historieta 300 de Frank Miller y el libro Puertas de Fuego de Steven Pressfield [1998]… Así voy a conectar todas las guerras greco-persas. Eso tendría una sala propia.

A pesar del ajetreado conograma para cruzar la ciudad acosando futbolistas y coleccionando cosas para lo que tarde o temprano se convertirá en un museo, otro interés llegó a dominar cada vez más la agenda de Jones.

-Descubrí la música muy temprano. Mi primer recuerdo fue la banda Lifeguards en avenida Mitcham. Yo era un bebé de dos o tres años y estaba con mi papá. Después de eso, cuando tuve 10 u 11, estaban los Beatles y yo ya hacía mímica de las canciones con una raqueta de tenis; hacía un verdadero concierto en el jardín del frente de los deptos, con toda la gente que pasaba: “She loves you, yeah, yeah, yeah, yeah”. Las cartas estaban echadas -dice-. Nunca hubo otra cosa que fuera a hacer en la vida. Siempre supe lo que quería hacer y era eso. Sí, tuvo que ver con que mis padres no estaban y me armé un mundo en la cabeza. Llegué al punto en que había que elegir entre la música y el fútbol, y elegí la música. Empecé a seguir a Mott The Hoople y otras bandas que la gente no conoce tanto.

Mick y sus amigos empezaron a colarse en recis. Pudieron conocer de verdad a los Mott The Hoople, que los dejaban entrar. Por Mott iban “a todas partes”, colándose en trenes a lo largo y ancho del país. Cuando Bowie era Ziggy Stardust; Slade; Humble Pie y Jeff Beck eran sus preferencias principales, pero también la banda de Chris Spedding, The Sharks. Cuando los Faces o agrupaciones similares estaban en el Sundown de Edmonton, se volvía un ritual ir temprano, colarse y esconderse en el baño.

-Cuando venían los patovicas, estábamos en los baños -dice, sonriendo-. Me acuerdo de que en más de una ocasión me sacaron a la fuerza del Sundown.

Eran grupos muy de moda. ¿Había alguno que te gustara en ese entonces pero que ahora parezca un error; una locura juvenil?

-¿Conocés un grupo que se llamaba Stoneground? Eran bastante buenos y me impresionaron particularmente porque en el Roundhouse, el cantante vomitó en medio del tema y continuó cantando al estilo Joe Cocker. En la parte de atrás de su disco Stoneground, hay un adolescente bailando como idiota. ¡Soy yo! Salió en Melody Maker. Ese fue mi primer recorte de prensa. Nunca llegaron a nada. Probablemente no fueran para nada buenos.

“Marcá donde creas que está el futuro ídolo punk. El espectáculo hippie Stonegrond actuaba en Londres, y en la primera fila (señalado), estaba el joven Mick Jones”.

También tiene una foto de él detrás de la valla de los Stones en el Parque Hyde. Se pasó todo el día tratando de llegar al frente entre la multitud, esquivando a los Hell’s Angels. Los Mott The Hoople le enseñaron a Mick algo más que el encanto del rock.

-Los Mott fueron los que realmente me mostraron cómo tratar a la gente. Eso y los autógrafos de los futbolistas -dice-. Había alguna gente que no era tan copada y había mucha gente que era realmente muy generosa. Cuando yo tenía 16 o 17, estaba en el backstage del Albert Hall con los Mott. Nos decían La Gente de Mott. Éramos un montón, de la escuela de arte. Yo usaba zapatos de plataforma, muy altos, y por atrás había escaleras muy empinadas. Me caí de cabeza desde el escalón más alto hasta abajo. ¡Fue uno de mis momentos menos cool de la escuela de arte!

Las botas de plataforma no eran la única concesión de Mick a la moda glam rock. Se acuerda de haberse vestido “especialmente raro” después de un viaje a ver los New York Dolls, que lo dejó pensando en que podía ser como Johnny Thunders.

-Tenía el pelo largo y zapatos de mujer, con plataforma -dice-. Y los pantalones más ajustados que había, en los que me metía o hacía que me metieran, como en un instrumento de tortura.

Su gusto por el vestuario trajo más looks raros, cuando dio el paso siguiente en lo que le parecía que era la trayectoria tradicional de un aspirante a estrella de rock:

-Lo único que quería era estar en una banda, así que fui a la escuela de arte de Hammersmith. ¡Me pareció que era el recorrido tradicional! La escuela era como mitad Arte y mitad Construcción. Yo estaba en mi fase New York Dolls, así que indudablemente los constructores me tiraban palos. Había otra gente más abierta de mente, a la que le resultaba más atractivo. En aquella época no me importaba un bledo. Mucho después, cuando ya tenés todo servido en bandeja, empezás a preocuparte por esas cosas. Cuando sos joven no te importa. De verdad nos pegaban. Era parte de eso. Pero no nos importaba. Era mejor que morirse. Por eso me encanta esa película Shaun of the Dead [Muertos de risa, 2004]. Mucha gente viva en realidad ya está muerta.

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CONTINUARÁ…

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