Disco en vivo: los Clash en el estadio Shea

El único registro oficial dedicado a un show específico de la banda se grabó el 13 de octubre de 1982 en New York.

Traducciones y compaginación: Lepo.

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Texto del fotógrafo Bob Gruen que acompaña el disco Live at Shea Stadium. Escrito en agosto de 2008.

13 de octubre de 1982, estadio Shea, New York: Los Who, los Clash y David Johansen tocan todos en la misma grilla en un estadio grande para más de 50.000 personas. Un sueño hecho realidad.

Joe Strummer y el guitarrista de los Who, Pete Townshend. 13 de octubre de 1982 antes del show en New York.

En los ’60, los Who eran mi grupo favorito. Tocaban seguido en los alrededores de New York y yo iba a cada presentación que podía. Al final de 1972 descubrí los New York Dolls de David Johansen y se volvieron mi grupo favorito. Pero en 1976 fui a Inglaterra y vi a los Clash y cambiaron todo. Para mí, combinaban la potencia de los Who, la diversión de los Dolls y juntaban todo eso con las letras más profundas. Volví a Inglaterra al año siguiente, decidido a conocerlos. Cuando ocurrió, nos llevamos muy bien y empecé a fotografiarlos.

[En 1982] Los Clash ya habían girado por EE.UU., tocando en teatros y salones bailables, comúnmente para 2.500 a 5.000 personas, siempre con entradas agotadas. Después se saltearon el circuito de microestadios y fueron directamente a la cima: una gira de estadios con los Who. Había salido Combat Rock, que incluía los hits “Rock the casbah” y “Should I stay or should I go”. La banda era tan popular, que el público entró temprano para ver a los teloneros.

Tenían un gran sentido del estilo rockero y acordaron que un amigo los llevara con un clásico Cadillac blanco convertible desde Manhattan al Shea. En esa época yo tenía un convertible Rambler viejo, perfecto para viajar al lado de ellos con Don Letts en mi asiento trasero filmando al grupo en el camino, con la silueta de la ciudad de New York por detrás de ellos. Incluso saqué algunas fotos mientras manejaba.

En el escenario, manteniendo la temática del “rock de combate”, los Clash se habían vestido con aspecto militar y mientras el público rugía, tocaron con una potencia absoluta. Eran los Clash en su punto máximo.

Los visitantes al backstage incluían a David Bowie y Andy Warhol, pero los Clash nunca se olvidaron de sus admiradores. Así que, aunque disfrutaban de conocer a las estrellas que iban a verlos, también se tomaban el tiempo de conocer a sus fans. Era algo que realmente los distinguía. Mientras que la mayoría de las bandas nunca dejaba al público entrar al backstage, los Clash les daban la bienvenida a los camarines después del show. Muchas veces tenían que convencer a los guardias del lugar para que se los permitieran. En el Shea era inédito que los fans pasaran al backstage, pero los Clash insistieron. Me acuerdo de haber visto una fila de al menos 50 personas esperando para tener la oportunidad de verlos.

Era importante para la banda estar en contacto con sus admiradores, pero en el Shea el escenario era alto, con una zona de seguridad que los mantenía atrás.

Me sorprendí cuando los Clash se separaron, pero entendí por qué: no querían ser tan grandes como para no poder estar al alcance de la gente. Es bárbaro que ahora podamos tener este disco para recordar la energía y la intensidad que tenían los Clash en vivo.

Reseña del discoPaul Moody para Uncut

Los grandes discos en vivo son notablemente contados con los dedos. Muchísimas veces son víctima de un mal sonido, retazos de actuaciones o trucos de postproducción (teléfono para Live & Dangerous de Thin Lizzy). Se ganaron la reputación de ser un comercio más que un aporte a las grandes grabaciones.

Todo eso significa que el puñado que pasó la prueba del tiempo, ocupa una posición minoritaria, grabada en el inconsciente como el equivalente rockero del Monte Rushmore: James Brown en vivo en el Apollo, los Who en Leeds y Johnny Cash en la penitenciaría Folsom. No es de asombro descubrir entonces que los Clash, los más grandes automitificadores del rock, parecen haberle apuntado los ojos a ese último lugar vacante. El único problema era: ¿cómo llegar ahí?

Grabado el 13 de octubre de 1982, fue descubierto por Joe Strummer cuando guardaba cosas para mudarse. En vivo en el Estadio Shea hace todo lo que puede para exhibir a los Clash como los mejores del mundo y captura su fastuosidad. Después de todo, fue ahí que los Beatles afirmaron su dominio sobre Estados Unidos en 1965.

No importa que los Clash en realidad estaban teloneando a los Who la noche en cuestión. Es un poco como descubrir que el de Leeds en realidad era un reci de Jethro Tull. O que el single posterior, “Rock the casbah”, apenas mordió el top 40 de ventas en EE.UU.

El reci propiamente dicho, es excelente. Presentado con un modo característicamente optimista por el consejero de la banda, Kosmo Vinyl (“No tenemos baseball, no tenemos fútbol americano, pero lo que tenemos es un poquito de lo que pasa en Londres en este momento”) Live at Shea… es, entre otras cosas, una clase consumada de cómo ganarse al público.

Todo el tiempo, Joe Strummer trabaja a esa vasta multitud con el disfrute de un showman. Amaga, patotea y por último exige que el estadio lleno con 70.000 admiradores de los Who, se sume al baile combativo de los Clash. Él es la estrella indiscutible del show, atrapando a una multitud preocupada por el hecho de que cae lluvia a baldazos.

-Van a ver que si se mueven, no se van a mojar tanto -se burla en una parte, mientras que completa una transición de “Magnificent seven” a “Armagideon time” de Willie Williams con un comentario improvisado al voleo:

-Nos estamos yendo a Jamaica, gente, así que agárrense. Ajústense los cinturones. ¡Apaguen el faso!

Shea Stadium es estimulante. Una compra obligatoria para los fans de los Clash. Algunos van a considerar que esta banda con tantas antologías prácticamente no necesita otro producto más. Pero la mera diversidad de las influencias musicales de los Clash hace que esto se sienta como una publicación fundamental. Canalizar el punk, el hip-hop, el rock, el dub, la música folklórica argelina y la poesía beat en 49 minutos no es fácil, pero la banda lo logra con una facilidad consumada, apenas compatible con un show en vivo de octanaje tan alto.

Mantener tanta intensidad en cualquier lapso de tiempo es otra cosa. Como todas las grandes bandas, los Clash estaban sumamente conscientes de que su trayectoria no iba a durar para siempre, y es palpable una sensación de avance de las agujas del reloj.

-¡Ya deben haber pasado unos 25 minutos! -farfulla Strummer en el medio de “Magnificent seven”, decidido a no desperdiciar ni un segundo de su ataque a la música comercial estadounidense.

Inteligente, arrogante y cosmopolita como la propia New York, Live at Shea Stadium se merece un lugar entre los grandes.

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