Reseña original: la versión estadounidense de ‘The Clash’

“El carácter fuerte y la épica de las canciones de la banda, con toda su urgencia actual, tienen una grandeza casi Shakespereana”.

Texto de Tom Carson para la revista Rolling Stone – 18 de octubre de 1979.

Traducción y compaginación: Lepo.

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The Clash: luchadores callejeros

Como un documental de adolescentes rockeros que primero batallan por pasarla bien y después por sobrevivir en un paisaje urbano jodido, el disco debut de los Clash, publicado en Inglaterra en 1977 pero nunca disponible acá [en Estados Unidos], tenía una inmediatez increíble: te daba la sensación de que había sido grabado prácticamente en la calle mientras marchaba el National Front [Frente Nacional] y parpadeaban alrededor las amenazas de disturbios. Y aún así, la historia que contaba el disco, con rabia y humor, era tan compleja, variada y universal como el cuento estadounidense del eterno marginado que el crítico Greil Marcus encontró en la música de The Band.

Quizás más que cualquier otro disco en la historia, The Clash dramatizaba al rock como un último manotazo de ahogado, desafiante y alegre; algo garabateado al pasar en las paredes del subte. Era un disco que definía los riesgos y los placeres del rock y una vez más nos decía que valía la pena pelear por esa música.

Versión británica de ‘The Clash’ con la etiqueta de “disco importado”.

Nunca se puso en duda que fuera una pelea. La movida punk británica era un campo de batalla desde su nacimiento, y el final violento de los Sex Pistols dejó a los Clash como únicos sobrevivientes.

Los Pistols, totalmente apocalípticos, querían ser la última banda de rock del mundo. Los Clash, héroes por necesidad, tenían que ser la mejor. Desde que los Clash arrancaron su vuelta inicial, su música fue un intento valiente, intenso, extravagante de cumplir con ese rol, aunque protestaban por la imposibilidad de tener éxito y debatían públicamente si valía la pena lograrlo.

Ensamblando temas del primer disco con singles posteriores (obsesivamente autorreferenciales) grabados antes de Give ‘Em Enough Rope de 1978, la versión estadounidense de The Clash intenta contar dos historias en una: un repaso periodístico crudo del viaje por Inglaterra de un punk anónimo en 1977, a la par del cuento de las estrellas punk en las que se conviertieron los Clash más adelante: acosados, conscientes y no tan anónimos. No funciona tan bien. Porque The Clash es una banda que se autodefine con cada publicación nueva. Escuchar las canciones fuera del orden cronológico es irritante y desconcertante, especialmente para el público estadounidense que no está familiarizado con el contexto original.

La versión estadounidense dice ‘The Clash’ en la parte superior

Aunque los temas omitidos acá eran los inferiores de la edición británica de The Clash, le sumaban mucho a la potente sensación de integridad de ese disco: una sensación de un momento dramático único, capturado con todas sus facetas cambiantes. La versión nueva, en cambio, es dispersa y errática. Está llena de perlas que valen la pena, pero carece de núcleo. Su enfoque doble es confuso en más de una manera: escuchás que la banda lucha contra su leyenda sin que siquiera te permitan escuchar primero la música que creó esa leyenda.

Y aún así, después de todo, lo que nos queda sigue siendo extraordinario. Esta música tiene una urgencia punzante que nadie igualó jamás: corta y áspera, su embestida extrema siempre está bajo control (casi desesperadamente).

El material posterior, injertado en el Clash de EE.UU., es más rico y completo; intercambia la mirada dura, humorística, de los bajos fondos, de los temas más viejos, por un melodrama agitado con capas de dudas y ambigüedad. Un cambio que se hace más evidente en el reemplazo del baterista Tory Crimes (con un toque sobrio y flexible) por Topper Headon (de estilo más épico).

No hay absolutamente ningún tipo de pérdida de tensión. En la escalofriante “White man in Hammersmith Palais“, la corrupción del rock refleja la desintegración de toda la sociedad: la destrucción se acumula en pedacitos; las voces gritan y susurran señales de angustia de fondo. Luego, el horror se cristaliza y te pega en la cara: “Si Adolf Hitler aterrizara hoy, de todas formas le mandarían una limusina”, acusa Joe Strummer con su voz como una roncha corrosiva de rabia y terror.

Si la pieza central del disco original era “Janie Jones” (sobre un joven que cae vertiginosamente al mundo del rock), el núcleo temático de la nueva edición es el cover de los Clash de “I fought the law” de Bobby Fuller. Aunque su letra admite la derrota, la grandeza de la canción siempre ha sido que explota con un orgullo triunfante. Acá, la batería de Headon crece como una nube de tormenta distante; las guitarras volantean y chocan, y Strummer cava en la letra jactanciosa con un entusiasmo jugoso que lo hace sonar como si no aceptara ninguna otra manera. “I fought the law” hace un autobombo escandaloso; algo que el material viejo del grupo nunca se hubiera permitido. Y aún así, la interpretación es genial; brutalmente exuberante de cara a la fatalidad.

Complete control” va incluso más allá. Como muchos temas de los Clash, convierte un incidente menor en una guerra a gran escala: una protesta contra la empresa discográfica de los Clash se vuelve una batalla a matar o morir por el propio rock. La guitarra de Mick Jones hace sonar un llamado final: en el camino, los riffs tartamudean, se tropiezan y se prenden fuego. La voz de Joe Strummer ruge desde las profundidades con un mensaje anti-rendición, aunque la música amenace con arrasar con él. “Complete control” puede ser el grito de guerra más desesperadamente heroico alguna vez grabado en vinilo.

Como en la travesía en contra de la corriente de Apocalipsis Now de Francis Coppola, este disco recorre escenas de lucha que parecen interminables y brutales. A veces, el impulso melodramático de los Clash, su necesidad incesante de ponerse en el centro de cada tormenta y convertir su experiencia en un impulso épico, les juega una mala pasada. Demasiadas canciones refritan la misma temática: “Gates of the west”, un repaso de la gira de la banda por Estados Unidos (incluida acá como bonus), suena condescendiente; un contraste marcado con el resentimiento de clase obrera, amargo y sincero, de “I’m so bored with the USA”. Pero ese mismo instinto le permite a los Clash dejar bien en claro lecciones que nunca nadie brindó con tanta franqueza: en el tema de cierre, el autobiográfico “Garageland”, Strummer lanza lo que puede ser el credo del grupo, y canta “la gente que vive en la calle es la única que sabe la verdad”.

La política militante de los Clash, lucha en el vacío: a veces ellos son más un intento de que la gente salga a pelear por lo suyo, que el resultado de una verdadera batalla. “White riot” (a menos que me engañen los oídos, es una versión distinta a la inglesa y otros temas parecen remezclados) no habla de un disturbio, sino de querer uno. Strummer hace su petición lo más sencilla posible:

“Todo el poder está en manos de gente lo suficientemente rica como para comprarlo / mientras nosotros caminamos por la calle y somos demasiado cagones como para intentarlo”.

Los Clash son empujados a la pelea, casi en contra de su voluntad:

“Tenés que bancártela. Es moneda corriente” -advierte Mick Jones en “Hate and war”.

La retórica siempre está cargada de detalles incisivos y específicos. El héroe de estos temas, ya sea Joe Strummer o un simple punk, nunca se convierte en un progre común y corriente. Ya sea burlándose de la beneficiencia pública en “Career opportunities”; buscando solidaridad en “Police & thieves” (un homenaje de los Clash al reggae como postura política punk); perdiendo todas las esperanzas en “Hammersmith Palais”, o encontrando a todos sus viejos amigos muertos o presos en la resonante “Jail guitar doors“, la rabia del héroe, su ingenio áspero y desinflado y su espíritu desafiante, siguen siendo únicos y propios. El carácter fuerte y la épica de las canciones de la banda, con toda su urgencia actual, tienen una grandeza casi Shakespereana.

La edición británica de The Clash hablaba triunfantemente de sobrevivir en un baldío. La versión estadounidense (menos segura y menos lograda que su predecesora) habla del caos. La nueva funda revela las contradicciones: la fotografía granulada de un disturbio londinense que adornaba el disco de 1977 como un titular de diario, ahora está equilibrada con fotos internas brillantes y una hoja útil (aunque extrañamente incompleta) con las letras. Es un intento de hacer que los Clash se parezcan más a todos los demás. Pero no son como nadie. A pesar de los adornos y las conciliaciones, su música sigue siendo un cable pelado tirando chispas que no se pueden silenciar. Lo que tiene para decir también es nuestra moneda corriente. Y en Estados Unidos lo tienen que escuchar todos los que se sigan preocupando por el rock.

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