La semana más larga de los Clash (1981)

New York, guerra de boliches, disturbios y un circo mediático.

Traducción, compaginación, aclaraciones: Lepo. Texto de Mick Farren y Chris Salewicz en la Revista Soho News (Estados Unidos), 10 de junio de 1981.

/// Armar este informe llevó varias horas. Si te gusta el material que te brinda PlanetaClash, hacé tu aporte acá http://cafecito.app/planetaclash . Desde España y otros países http://buymeacoffee.com/planetaclash ///

Era miércoles 27 de mayo de 1981. El día antes de la primera presentación de los Clash y dos días antes de que empezaran todos los problemas. El evento era una conferencia de rock habitual en uno de los bares del Bond Casino. Estaban los periodistas de rock familiares: Andy Schwartz y Lisa Robinson, con preguntas sobre discos y giras y planes a futuro y Spandau Ballet y la espantosa película Rude Boy y el resto de cosas que hace prosperar a los medios de rock. No había nadie de los noticieros de televisión ni de las oficinas del New York Post.

Los Clash se sentaron detrás de una mesa a atajar y devolver las preguntas, permaneciendo con cara de poker la mayor parte del tiempo. La charla llegó a un supuesto comentario de Paul Weller de los Jam: “los Clash se vendieron”. Los Jam acababan de estar en la ciudad tocando en el Ritz, aunque entre todo el furor de los Clash en el Bond, parecían haber pasado prácticamente desapercibidos. El líder de la banda, Joe Strummer, frunció el ceño:

-Depende a qué te refieras con “venderse”.

El guitarrista Mick Jones, que comparte una relación creativa simbiótica con Strummer, al estilo de Mick Jagger y Keith Richards, levantó la cabeza lentamente:

-“Vender” es lo que pasa cuando el público compra todas las entradas para un show. Eso significa “vender”.

Lo pronunció con una voz de maestro de escuela y con una cara perfectamente seria. Consiguió risas y un murmullo de aplausos. Nadie sabía que en 48 horas, las entradas agotadas iban a enredar a la banda en el peor fiasco del punk rock, desde que Sid Vicious le clavó un cuchillo a Nancy Spungen.

Brevemente, contando la historia por última vez: los Clash habían programado una serie de ocho días de presentaciones en el Bond International Casino de Times Square; un boliche lujoso de música disco que se volvió rockero. Habían preferido un compromiso más extenso y relajado con New York antes que una gira estadounidense prolongada o un único concierto gigantesco en el Madison Square Garden, con el correspondiente caos, incomodidad y sonido malísimo.

Desgraciadamente, al final de la primera noche [jueves 28 de mayo], los Bomberos hicieron una inspección sorpresa y, con un público estimado de 3.700 personas, declararon que el lugar era una trampa de fuego y limitaron la capacidad futura a poco menos de 1.800 personas por presentación.

Con ventas apenas por debajo de 4.000 entradas para cada una de las presentaciones originales, los Clash no tuvieron otra alternativa que reprogramar siete días adicionales para acomodar a todos los que tenían entradas y mantenerse dentro del tope. El sistema pareció funcionar bien, después de algo de confusión inicial y quejas de algunas personas, particularmente de otras ciudades, que no iban a poder ir a un concierto extra.

Después, justo antes de la matiné del sábado [30 de mayo] a la tarde, los Bomberos volvieron a entrar y descubrieron que las salidas de emergencia de Bond eran menos aceptables que lo esperable y le impusieron al boliche una orden de evacuación, suspendiendo oficialmente todas las actividades futuras.

Por efecto dominó, la clausura precipitó un minidisturbio de parte de los admiradores de los Clash y empezó un circo mediático de 24 horas que fue más allá del sueño más loco de un crítico publicitario.

Finalmente, la tarde del domingo [31 de mayo], mientras la prensa reunida en masa se emborrachaba con cerveza gratis y esperaba para contar la historia, se llegó a un acuerdo: los Clash iban a hacer las presentaciones adicionales y a Bond le iban a permitir abrir siempre y cuando reforzara la seguridad, creara salidas de emergencia más identificables y adhiriera estrictamente al límite de capacidad impuesto por Bomberos.

*

Conferencia de prensa del domingo a la tarde. Los Clash y sus problemas en Bond ya estaban en las primeras planas. Estaba presente hasta el noticiero de Canal 4. Los y las periodistas estuvimos esperando más de dos horas para averiguar si el show iba a continuar. Circulaban rumores de que se había llegado a un acuerdo. Aparecieron las partes involucradas para responder las preguntas. Al menos, así es como se suponía que tenía que ser. Estaban los Clash y el responsable de infraestructura Irwin Fruchtman, pero no había nadie de Bond sentado en la mesa. Me sentía un poco peleador porque me habían tenido esperando, y después de cuatro o cinco cervezas Michelob, indagué:

¿Cómo puede ser que no haya nadie de Bond acá para explicar cómo surgió todo este lío?

-Joel Heller, jefe interino de Bond, salió de entre la multitud de reporteros, donde estaba manteniendo un perfil bajo.

-¿Esto responde tu pregunta? -dijo, como si lo único que tuviera que hacer fuera mostrarse. No parecía suficiente.

-¿Cómo fue que Bond vendió más de 3.600 entradas para la primera presentación, cuando debían saber que la capacidad legal era menor a 1.800?

La respuesta fue excepcional:

-No nos esperábamos que apareciera tanta gente. Hubo muchos colados.

Joel Heller, tranquilo, bronceado y fachero, como alguien de Las Vegas con pelo en el pecho, continuó diciendo que los Clash son una banda enorme y que Times Square fue una locura la primera noche. Era plausible, pero yo no estaba convencido:

-¿Me está diciendo que hubo unos 2.000 colados?

Parte de la prensa se rió a carcajadas, pero Heller ignoró la pregunta. Empezó a monologar sobre su boliche maravilloso y seguro.

-¿Cuántas entradas vendieron para la presentación del jueves a la noche?

-No tengo la cifra exacta en este momento.

-¿Entonces cuántas vendieron para todas las presentaciones?

Heller tampoco tenía esas cifras. Me empecé a molestar, no solamente por las evasivas, sino por el hecho de que no demostró ni el más leve arrepentimiento por lo ocurrido. Miles de personas habían tenido inconvenientes; un par habían sido detenidas; algunas habían perdido cualquier oportunidad de ver el show por el que habían pagado en efectivo constante y sonante. También estaba bastante dispuesto a apretujar casi 4.000 personas en un local donde el jefe de bomberos afirmó en televisión que en caso de incendio iba a poder evacuar solamente a 900. Tenía un cuarto de millón de dólares de la gente en el limbo, hasta que los shows realmente se hicieran, y lo único que hacía era bolacear sobre su desgraciado club.

*

Afuera de Bond, una mujer con pelo rizado y enmarañado y pechos extragrandes, ofrecía desnudarse para conseguir plata para una entrada de reventa. Estaba claramente al borde de la histeria. Hubo una época en que los obsesivos gritones, dementes y cholulos eran simplemente una parte del tapiz del rock, pero desde John Hinckley [que intentó matar al entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, el 30 de marzo de 1981] y Mark Chapman [asesino de John Lennon en 1980] se los empezó a tratar con un poco más de cuidado. La combinación de tetas y emociones exaltadas atrajo tanto a los canas como al personal televisivo que estaba acampando en la cuadra desde que los Bomberos hicieron su movida. Ella gritó en un micrófono que le pusieron:

-Yo debería tener entradas al backstage en todos los shows.

Al parecer creía que los Clash le debían algo.

Más tarde, la misma noche, pasé en taxi con el formidable colaborador de los Clash, Kosmo Vinyl, y la mujer seguía en la vereda del boliche, ahora arrastrando dos maletas enormes y saturadas de cosas. Kosmo sacudió la cabeza:

-Estuvo en la gira anterior. Se vivía subiendo al bondi y había que decirle amablemente que se fuera.

*

Lo único que no parece estar en duda en todo este asunto, es que New York (o incluso EE.UU.) necesita tremendamente a los Clash. Indudablemente hay un espacio abierto para una banda de rock grande y de chicos malos. Es el espacio que alguna vez ocuparon los Rolling Stones antes de cansarse, aburrirse, aburrir y hacer lisa y llanamente música disco monótona. Es un espacio que tendría que haber sido para Johnny Thunders de los desaparecidos New York Dolls, o los separados Dead Boys, si no estuvieran tan desorganizados y desprestigiados.

Hay una tradición en el rock, de que el mundo tiene que contener al menos un combo de verdaderos rebeldes. En un nivel, los Clash son bastante tradicionales. Son descendientes directos de Gene Vincent and the Blue Caps y de Elvis Presley en la época del sello Sun. No fue un accidente que Ray Lowry diseñara la tapa de London Calling tomando prestada la forma de las letras y los colores de la funda del primer disco de Presley.

La conexión con el joven Presley no es solo estilística. Es una intención. Tocan música cuadrada, bailable, con bombo en negras, pero también, como dice Joe Strummer: “música que te hace pensar mientras bailás”.

Es la tradición rockera: música para pibes con los que tu mamá no quiere que te juntes. Los Clash dependen del concepto de que el rock sigue siendo capaz de ser iconoclasta, aunque constantemente se ve salpicado por la comercialización de ídolos. Una vez que el rock se vuelve una herramienta o (aún peor) un producto del sistema, muere. Capaz que sigue bailando, pero muerto. Capaz que sigue caminando, pero muerto. Los Clash parecen estar entre los últimos creyentes en el concepto de que los cambios se pueden forjar subiéndose a un escenario y tocando rock fuerte y agresivo.

Aunque los Clash pueden ser parte de una tradición bien definida, nunca jugaron estrictamente de acuerdo a esas reglas. Son de los primeros punks que encabezaron la salida desde el boliche Roxy de Londres, junto a los Damned y los Sex Pistols. Nunca tuvieron mucha relación con las sutilezas estratégicas de la industria musical. Dejaron bien claro que ponían su fuerza detrás de un espectro de causas de izquierda. Se arriesgaron al dub cuando la mayoría de los blancos le tenían miedo. Incluso, en Bond hay un puesto del grupo CISPES (Comité en Solidaridad con el Pueblo de El Salvador), que vende remeras para juntar fondos y difundir información sobre El Salvador.

Los Clash grabaron discos dobles y triples cuando otras bandas hubieran observado el clima económico, contentándose con un simple EP. Su single “Magnificent seven” es un hit en boliches locales y los raperos usan el lado dub como pista, posiblemente sin estar al tanto de que los Clash son una banda guitarrera británica blanca y progre.

*

-Parece que los malos ganaron de nuevo -murmuró Mick Jones con humor amargo y triste después de que el grupo fuera forzado a duplicar la cantidad de fechas en el Bond, por presiones de Bomberos.

Esas dificultades con las presentaciones en Times Square, por supuesto, eran las últimas en una cadena al parecer interminable de dramas imprevisibles que condimentan la historia del grupo, que a veces parece existir puramente como único representante de la esencia positiva del espíritu primitivo del rock.

Además, hay una figura diminuta; un personaje que volvió a una posición central en el guión de los Clash: Bernard Rhodes, el primer manager de la banda, que ayudó a Mick Jones a armarla y que fue despedido a principios del otoño boreal de 1978 en una ráfaga de amargura, ahora está nuevamente manejando libremente los hilos de la banda de rock más humana y pasional.

*

Al contrario de ciertas especulaciones, las fechas en Bond no fueron elegidas por el pobre estado financiero de los Clash, que requirió que agarraran un fajo gordo de efectivo. Tras una gira europea rentable a principios de mayo, el grupo había vuelto a tener finanzas firmes. De hecho, esa gira se programó después de suspender 60 fechas en EE.UU. programadas desde el 28 de abril de 1981. Tras la negación del sello Epic de apoyar la gira estadounidense, el grupo optó por tocar en Europa. Los recis de New York se consideraban prácticamente la pata final de esa gira, que también servía para soltar a los Clash tras un año de ausencia en vivo.

Bond fue elegido después de que Rhodes y el ayudante Kosmo Vinyl visitaran la ciudad a principios de la primavera boreal. Deseaban mantenerse bien lejos de la movida “dinosaurio”, tradicional, como el Madison Square Garden. Sin embargo, la dupla, eligió Bond después de visitar un reci de los Ramones en el boliche, donde quedaron satisfechos al enterarse de que había unas 4.000 personas. La historia dice que para una presentación de Grace Jones, se vendieron 5.500 entradas.

Muchas suspicacias rondan la historia de los problemas de Bond:

-Indudablemente nos hicieron una cama -afirma Rhodes-. Hice unas investigaciones y sé quién coimeó a los bomberos para que visitaran el show. Indudablemente hay una guerra de boliches. Hay gente que no quería que un determinado boliche tuviera a los Clash por una semana y acaparara la movida de esta ciudad. Muchos boliches de New York están manejados por mafiosos, y la ciudad está manejada por los conservadores. Tratamos de operar en la zona del medio entre ambos.

Indudablemente, la decisión de Rhodes y Vinyl de esquivar los boliches rockeros más tradicionales, trastornó el equilibrio de poder de ese circuito. El circo mediático que rodeó a las fechas de Bond, puso a la exdiscoteca en la movida más importante de New York.

La venta total de las ocho noches originales, alcanzaron unos 280.000 dólares [1 millón de dólares actuales], y los Clash recibían más o menos la mitad. Pero con las ocho fechas extras, los costos adicionales para que el grupo funcionara (que Vinyl dice que siempre fueron más que los ingresos) se iban a comer las ganancias.

Los Clash no recibían apoyo financiero de la discográfica CBS/Epic, y hubo una ausencia notable de la empresa en el evento.

La relación de los Clash con el sello Epic fue materia de escaramuzas y antagonismo. En este preciso momento, no parecen dirigirse la palabra. ¿Cuánta fricción entre el grupo y Epic se debe al regreso de Rhodes? Queda abierto a conjeturas.

La seguidilla en Bond es una alternativa tajante a la pesadilla de las giras. Parece que a la banda le divierte bastante la idea de que los admiradores viajen a verlos, en vez de la configuración habitual: la banda viajando hacia los fans.

-Es como que la montaña venga a Mahoma -dice Strummer.

*

La banda subió al escenario acompañada por un tema spaghetti western de Hugo Montenegro. Era exactamente el toque justo de intimidación; grasa y melodramático. Si hubiera pandillas de motoqueros en la Unión Soviética, se verían como los Clash. Desde el arranque con “London calling”, tuvieron un público totalmente cautivo y leal. Al menos para estos pibes, los Clash nunca se equivocan. De hecho, la presentación inicial, el jueves, fue una muestra de banalidad, con una tendencia a caer en ritmos reggae-dub extensos y caprichosos; algunos interesantes, pero otros incomprensiblemente aburridos. Pero el lunes, los caprichos habían sido subsanados y la banda tocó lo que en Londres llaman blinder; un show “enceguecedor”.

Los puntos altos fueron “Ivan meets G.I. Joe”, la vieja “Career opportunities”, la nueva “This is Radio Clash“; el clásico rockabilly “Brand new Cadillac” de Vince Taylor y “Clampdown”; “Junco Partner” de Strummer y la ahora profética* “Guns of Brixton“, con Paul Simonon al frente de la banda. Fue un repertorio largo y poderoso y después de toda la aflicción por las entradas, la multitud finalmente hizo valer su plata.

*Nota del traductor: Durante marzo y abril de 1981, la Policía Metropolitana de Londres empezó un operativo contra los robos y asaltos. En Brixton (Londres Sur), en solo seis días, 120 oficiales vestidos de civil detuvieron a 118 personas, predominantemente jóvenes negros, lo que causó disturbios en Brixton el fin de semana del 10 al 12 de abril de 1981.


Pasó un tiempo desde que escuché a los Clash, y nunca vi en vivo el material de los dos discos más recientes, London Calling y Sandinista!. Ese intervalo me facilita darme cuenta de cuánta madurez y autoridad ganaron con el paso de los años. Alguna vez fueron entusiastas pero desordenados. Ahora están ajustados, rudos y seguros. Joe Strummer nunca va a ser un cantante de voz hermosa, pero aprendió a trabajar dentro de sus limitaciones. El flaco y saltarín Jones, es un guitarrista elegante y hasta ostentoso, mientras que Simonon, con la cara como piedra, y Topper Headon, un baterista inquebrantable, se convirtieron en una de las secciones rítmicas más confiables. Más importante que todo, tienen “ese algo” indefinible. Ese “plus” y el estilo, es el sello de calidad de una banda enorme.

*

Kosmo Vinyl sonríe complacientemente:

-Topper Headon se compró una remera nueva de Bruce Lee. Sigue siendo fiel a la causa.

Run Run Shaw [productor de cine de artes marciales] estaría orgulloso. Headon es aficionado a las artes marciales desde las primeras películas, y se mantiene así, aunque eso ya no está de moda afuera de Hong Kong y calle Mott [en el barrio chino de New York].

En televisión, una joven se quejaba de que no podía volver en 10 días a ver la presentación que le habían asignado.

-O sea, hasta ahora me gasté 200 dólares [700 dólares actuales], entre drogas y todo.

*

En el cuarto de hotel de Kosmo, Mick Jones miraba The Longest Day [película de 1962 estrenada en Argentina como El día más largo del siglo] en Canal 7, y Joe leía un libro sobre la Guerra Civil Española. La temática bélica siempre fue prominente en la simbología de los Clash.

Por un momento, la charla llegó al trato que algunos de los teloneros recibieron de parte del público. Particularmente, los raperos Grandmaster Flash and the Furious Five, se fueron del escenario bajo una lluvia de basura.

-Eso es algo de una puta mente cerrada. O sea, en cierta forma es un insulto a nosotros. Nosotros elegimos las bandas que nos telonean. Así que supuestamente nos gustan. Son demasiado termos para abrirse a algo nuevo.

Caminando adentro de Bond, era re difícil fijarse en algo que te hiciera sentir particularmente en una presentación de los Clash. Había una gran mayoría de pibes “post-Travolta” del interior del país. Jóvenes blancos alimentados a pan, con remeras y zapatillas para correr, que fácilmente podían estar en el Palladium o en el Garden para ver a Styx o Ted Nugent. Juro por Dios que simplemente ven a los Clash como una banda de rock pesado con peinados rockabilly. Ni un rastro de filosofía ni política se les filtró en su consciencia corta, malvada y conservadora. Cuando un militante de CISPES subió al escenario, hubo solamente un salpicón de saludos con el puño apretado. Los panfletos cayeron en cascada desde el techo, pero pocos los buscaron cuando descubrieron que no eran suvenires gratis. En el backstage, Mick Jones y yo hablamos sobre el extraño público neoyorkino:

-Puede ser que nos quieran, ¿pero nos entienden? Esa es otra cuestión. En los viejos tiempos, la gente le tenía miedo a lo que no entendía. Creo que ahora quieren experimentar lo que no entienden.

-Parece un consuelo mediocre.

-Hace un par de años, no había ninguna chance de venir acá.

Mick Jones elige cuidadosamente sus palabras. Noté que otros de los Clash y su entorno, hacen lo mismo. Más temprano, vi que Kosmo apaciguó una posible confrontación entre él (como representante de la banda) y un diariero del Partido Revolucionario Comunista, que sospechaba que los Clash de alguna manera eran socios de Bond, en algún tipo de estafa. Kosmo lo manejó con habilidad y experiencia. Cualquier banda de rock que chapotea en la política tiene que cuidarse el culo constantemente. Los buitres ideológicos están siempre esperando para hacerte pisar el palito.

Mick Jones pensó en el problema del público estadounidense y claramente no está contento:

-Son como pibitos con patines y walkmans. No creo que nuestra influencia les llegue, para nada. Acá esta re silenciada. Hay un hipnotismo en masa.

Señala el tele con su mano. Está de traje negro y camisa blanca. Parece una cruza entre Bat Masterson [un dandy del Lejano Oeste] y Elvis joven. Es llamativo.

-¿En Inglaterra está silenciada?

Jones sacude la cabeza con una expresión adusta.

-Es brutal.

Volviendo a los admiradores estadounidenses:

-En cierta forma, somos lo mismo que ellos. Somos igual de irresponsables. Por otro lado, con nuestras actuaciones sobre el escenario, los discos que grabamos, las declaraciones que hacemos, tratamos de ser responsables. Capaz que no somos objetivos, pero somos responsables y no le veo nada malo a eso. Si tenés información, ofrecela como consejo.

Busca un ejemplo:

-Digamos que te tenés que anotar para el servicio militar. No te registres, a ver qué pasa.

De repente, sonríe:

-De hecho, te anota tu escuela. Eso es lo que pasa.

Me presentan la teoría de Kosmo Vinyl: que los Beatles son una fuerza contrarrevolucionaria entre la juventud de EE.UU. Su llegada completó el proceso que había empezado cuando sacaron de la radio a Alan Freed [un musicalizador estadounidense que promocionaba el rock and roll] y el hard rock. La cultura estadounidense de pantalones anchos, navajas y jopos, fue descartada y todos saltaron a los “trajes y cortes de pelos estúpidos”. Por eso EE.UU. ahora siente que necesita importar atrocidades del Reino Unido.

-Los Beatles tenían algo íntimo: todos sabían sus nombres, desde las abuelas hasta los nenes. Nosotros no somos así de íntimos. Le dejamos mucho a la imaginación.

-¿Ves a los Clash tomando el viejo lugar de los Rolling Stones como chicos malos globales?

-La verdad que no lo queremos.

*

Y finalmente llegó ese momento de la noche en que se termina todo. La multitud desapareció apenas quedó claro que no iba a haber más bises. Nadie se resistió a salir; nadie se quedó a tomar “la última”; nadie andaba rondando por la barra. Los finales abruptos de estas noches causaron fricción entre Bond y la musicalizadora propia de los Clash, Pearl Harbour (conocida por la banda Pearl Harbour and the Explosions). Ellos reclamaban que el estilo musical que pone ella, echaba a los clientes. Desde mi punto de vista, sonaba a chamuyo. El público de los Clash no quería quedarse en Bond. Tenían que ir a la escuela o a trabajar a la mañana, y además, probablemente no tenían plata para seguir escabiando tragos de tres dólares [10 dólares actuales]. Los pocos noctámbulos también se fueron a otro lado. El enorme boliche vacío carecía de cualquier tipo de ambiente.

Yo estaba parado al borde de la pista. Era un mar de basura. La otra persona que podía ver que no era del personal técnico, era la compañera de Jones, la cantante Ellen Foley. El hecho de que los efectos lumínicos y el sonido siguieran funcionando a toda máquina, lo hacía aún más desolador. Las luces de Bond eran particularmente agresivas. “Cool Jerk” de los Capitols hacía eco en la sala vacía y yo quería estar a otro lado.

En el backstage, la fiesta obligatoria estaba a full. Hasta las abuelas parecían haberse metido al camarín de los Clash. Al comienzo de la noche, el personal de seguridad parecía estar tan ajustado como una calza, pero ahora es inexistente. Las conversaciones inútiles se estimulaban con coñac Rémy Martin y fasos gordos con hachís y tabaco. Mick Jones estaba hundido profundamente en un sofá; Joe Strummer se replegó a un rincón. No vi a Simonon ni a Topper. Una mujer con mucho maquillaje me metió en la boca un tubito que tiraba óxido nítrico. Me sentí mareado y tuve que tomarme un trago grande de Remy para seguir parado. Más tarde, Pearl Harbour me contó que le dieron LSD y la tuvieron que llevar al hospital Bellevue. Posteriormente se recuperó.

Pensé en irme. Giré para alzar mi grabadora y descubrí que me la habían robado.

@@@@@@@@


Leave a comment